domingo, abril 29, 2007

¿Lucha contra el terrorismo en México?

La ley contra el terrorismo, como los operativos en contra del narcotráfico tienen un destinatario claro: el pueblo organizado que lucha por sus derechos. Un cartón muy bueno de Hernández.


Artículo La Jornada Jalisco, 29/04/2007

Decadencia de un partido en el gobierno

Jorge Gómez Naredo

Hace más de doce años muchos jaliscienses observaban al PRI (único partido que los había gobernado desde la institucionalización de la Revolución Mexicana) como un organismo político corrupto que no podía ni debía continuar en el poder. La incapacidad de la última administración tricolor para afrontar de una manera inteligente y humana las explosiones del 22 de abril de 1992 en el sector reforma, además de la inefable indiferencia de Cosío Vidaurri hacia los ciudadanos, hicieron que muchos se decantaran por Alberto Cárdenas Jiménez, de apariencia bonachona. Este último fue el primer gobernador salido de las filas panistas: se había vencido al partido antaño invencible.

Cuando por primera vez el PAN ganó la elección estatal, las expectativas fueron muchas. Era un partido conservador, católico (en una entidad con raigambre cristera) y se autollamaba “honrado”. Conforme fueron pasando los meses de euforia por el triunfo, se perdió paulatinamente el encanto. Al principio las autoridades blanquiazules justificaron sus yerros por la “inexperiencia”; después adujeron que el partido saliente había dejado un desbarajuste y que llevaría tiempo ver los “logros”, arreglar lo que durante tantos años se había hecho mal. El tiempo pasó y la gestión de Alberto Cárdenas se caracterizó por ineficaz, inexperta y por no erradicar los males que, el mismo PAN, había recriminado al PRI.

Vino entonces una elección competida que ganó Francisco Ramírez Acuña, el segundo mandatario panista en la entidad. El sexenio del hoy secretario de gobernación fue caótico. Se gastó dinero en infinidad de viajes al extranjero que no tuvieron éxito y que solamente consolidaron el turismo político. Ramírez Acuña se caracterizó por su “mano dura”, es decir, por violentar los derechos humanos de todo aquel que no pensara ni actuara como él quería. En mayo de 2004 reprimió salvajemente a cientos de jóvenes cuyo único delito fue protestar y alzar la voz. Un día después “destapó” a Felipe Calderón como candidato presidencial en el Rancho Las Palmas, del empresario lechero (dueño de Lechera Guadalajara –Sello Rojo–) y hoy subsecretario de gobernación, Abraham González Uyeda. La contienda de 2006, llena de intrigas y de golpes bajos entre panistas y prístas, la ganó Emilio González Márquez, tercer gobernador salido de las filas panistas. Ahora bien, ¿qué ha representado el PAN en Jalisco?

No cabe duda que en la entidad, la derecha, representada por el PAN, se ha acostumbrado al poder, a los altos salarios y, especialmente, a las posiciones políticas que permiten jugosos negocios para un enriquecimiento individual, familiar o grupal. Son muchos los escándalos de corrupción. La lejanía que guardan los gobiernos panistas de la sociedad y los estratos más marginados es mucha y resulta preocupante. Se han mostrado intolerantes, represores, facciosos y llenos de un cinismo muchas veces impensable. Además, la supuesta vestidura de “honradez” ha sido simple y llanamente un discurso hueco e hipócrita.

El PAN en Jalisco ha sufrido una descomposición aguda y sus gobiernos, muchas veces, están marcados por la ineptitud y la corrupción. Tonalá es un buen ejemplo. El alcalde blanquiazul, Jorge Vizcarra, contrató a Carlos Romo Guízar como Director de Mejoramiento Urbano, a sabiendas de sus antecedentes penales. No se hizo nada por investigar la trayectoria de este personaje que, el martes pasado, fue ejecutado al salir de su domicilio. ¿Dónde quedó la honorabilidad de los panistas y su compromiso con la honradez y la ley? Simple discurso.

Los altos sueldos (Emilio González Márquez, por ejemplo, gana 170,000 pesos al mes en una entidad en la cual el salario mínimo es menor a los 50 pesos al día: 1,500 al mes) son indignantes y, lo peor, las mejorías no se observan por ningún lado. No cabe duda que el PAN, en estos momentos, es un partido que no representa los intereses de la mayoría de los jaliscienses. Sin embargo, tienen una ventaja: todavía mantienen esa imagen de partido de oposición, enconado con el viejo régimen, con el PRI, con lo corrupto. Lástima que los ciudadanos no se han dado cuenta (no han querido comprender), que el PAN ha resultado tan rapaz como su antecesor. Pero no hay muchas opciones: la izquierda electoral en Jalisco es casi inexistente y está ligada a intereses que poco tienen que ver con el mejoramiento de los más pobres, con la igualdad y la dignidad.

El PAN se ha ido corrompiendo, ha degenerado. No es un proceso estatal solamente, también se da a nivel nacional. Un partido que recriminó los fraudes electorales, los golpes bajos y la empecinada obsesión por el poder, ha repetido uno por uno los vicios que criticaba en el pasado. Cárdenas Jiménez, Ramírez Acuña y hoy González Márquez, con matices y diferencias, representan a la derecha y, de ella, nada bueno se puede esperar. Pero para los jaliscienses todo va bien si juegan las Chivas o el Altas: ¡qué triste!

Artículo El Occidental, 29/04/2006

El balompié como analgésico

Jorge Gómez Naredo

Las Chivas perdieron y no irán al Mundial de Clubes. En la glorieta de la Minerva cientos de personas lloraron y “vibraron” ante un partido más aburrido que entretenido. Decenas de cronistas de varios medios de comunicación jaliscienses (especialmente) y del país hicieron abultados textos para describir la “enjundia” y la “euforia” de los “chivas”, la no llegada del triunfo, la desesperación y –¡oh, vastedad de tristeza!–, la desilusión. Así dicen que fue: yo no estuve ahí.

Entre la multitud de cifras, las coincidencias suelen ser pocas: unos dicen que cinco mil, otros que tres mil. El caso es que los asistentes superaron los dos mil. Sí, dos mil personas en la Minerva viendo el partido de las Chivas contra el Pachuca. No está mal: el balompié es un deporte y es entretenimiento. Sin embargo, ¿por qué la gente se interesa más en estas “batallas” deportivas y no, por ejemplo, en la incapacidad diaria de las autoridades federales encabezadas por Felipe Calderón? ¿Por qué una mayoría sabe quién es Omar Bravo y, una mayoría también, desconoce el nombre del alcalde municipal de Guadalajara y sus acciones represoras hacia vendedores ambulantes?

No cabe duda que la población precisa esparcimiento y ocio. Desde la sociología y desde la historia se han hecho interesantes análisis al respecto. El tudesco Norbert Elias (uno de los sociólogos más importantes de la segunda mitad del siglo XX) y el inglés Eric Dunning, realizaron un sugestivo trabajo intitulado Deporte y ocio en el proceso de la civilización, en el cual fundamentan que algunos deportes y varios espectáculos son un espacio donde el autocontrol y la estricta vigilancia aminoran: los candados morales cotidianos tienden a desaparecer. Quizá sea esta concepción del deporte una de las más seductoras que se han hecho hasta nuestros días.

Sin embargo, en México (y en muchas otras naciones del orbe), el deporte comercializado, es decir, el económica y conscientemente inducido y promovido, funge como un control férreo hacia la sociedad para que no piense, actúe ni reflexione sobre lo que sucede a su alrededor. Además, la energía de muchas personas, en lugar de ser puesta en el mejoramiento del país y en la lucha social en contra del poder, es desaprovechada. El mundo del negocio del fútbol observa a las mayorías solamente como espectadores, como objetos sin capacidad de decisión, como consumidores compulsivos.

Ejemplos tenemos muchos y cercanos. El miércoles pasado, mientras en la Minerva se juntaron (unos dicen que cinco mil, otros que tres mil) más de dos mil personas a ver el partido entre las Chivas y el Pachuca, la situación política mexicana continuaba igual: viniéndose abajo, con corrupción, narcotráfico desbordado, un presidente sin legitimidad que no sabe, no quiere y no puede gobernar, un gobernador estatal panista que sueña con alianzas en las cuales deja de lado lo más importante: la sociedad, y se enfoca simple y llanamente a juntar a las cúpulas. Pero nada vale, nada importa si veintidós jugadores pelean por un esférico.

El problema no es que exista un espectáculo (que mueve millones de dólares al mes) como el fútbol y que aleje a las personas de sus realidades política y social; quizá sea bueno en dosis moderadas. El verdadero problema es que sea este espectáculo el único aliciente de millones de personas en el mundo y en México. La televisión, junto al balompié, han fungido como calmantes, como analgésicos ante las injusticias y ante la pobreza que todos los días se vive y a la cual, tristemente, se nos acostumbra. Se distancia a la población de la información crítica y, por ende, se les convierte, muchas veces, en seres dóciles, incapaces de manifestarse y de exigir sus derechos. Es ahí donde se ubica el verdadero problema. Pero mientras no exista una respuesta de la sociedad ante las aberrantes injusticias, mientras no se luche por mayor justicia y más igualdad, las televisoras, los poderes fácticos y quienes explotan al pueblo, seguirán felices: su mano de obra estará domesticada, será sumisa, obediente y fácil de manipular. No darán pan, pero sí mucho circo.

viernes, abril 27, 2007

Lo que no seré

Yo que tengo tan nada
pletórico de ausencia:
yo que tendré nunca
un poco del todo;

yo que pienso en estrellas
en soles y en riscos franqueables
yo tan vacío de reinos;

cuando vienen y comparten
el mundo que no poseeré
el sueño de pocos
que jamás
- tristemente -
alcanzaré

yo me despido y cierro los ojos
no vale la pena ser
una risa
entre tantas lágrimas.

El aislamiento de Felipe Calderón

Dos interesantes cartones del Fisgón y de Rocho que muestran, sin duda, el aislamiento de Felipe Calderón, que no puede caminar codo a codo con los obreros, con los trabajadores de este país simple y llanamente porque no representa los intereses de las grandes mayorías, del pueblo que labora para apenas subsistir entre la pobreza y la carestía.


jueves, abril 26, 2007

Artículo La Jornada Jalisco, 22/04/2007

Desigualdad y diferencias salariales en México y en Jalisco

Jorge Gómez Naredo

No es un secreto que México –aunque el gobierno y los medios de comunicación electrónicos lo quieran ocultar a como dé lugar– es uno de los países más desiguales del orbe. No se precisa ser científico social para observar esta diferencia abismal entre ricos y pobres; en cada mirada, a cada paso, en todo lo ancho del territorio nacional, la desigualdad ingente entre quienes todo tienen y quienes poco o nada poseen es evidente. Ricos los hay, y son muy ricos, pero también son muy pocos. El caso más prototípico y, quizá, el que más indignación provoca en ciertos sectores sociales, es el de Carlos Slim Helú, considerado por la revista Forbes el segundo hombre más rico del mundo, con una inimaginable (para la mayoría de los habitantes de este planeta) fortuna de 53,000 millones de dólares. En un país con más de cuarenta millones de pobres –y cien de habitantes–, el segundo hombre más rico del mundo tiene, irónicamente, asentado su emporio. No cabe duda, vivimos en una nación kafkiana.

Pero la desigualdad y la concentración de la riqueza en pocas manos no solamente se observa en casos como los de Carlos Slim (Telmex, Grupo Carso, y un sinfín de empresas más), Alberto Baillères (Palacio de Hierro, Femsa), Ricardo Salinas Pliego (TV Azteca), Jerónimo Arango (Wal-Mart México), Emilio Azcárraga Jean (Televisa), María Asunción Aramburuzabala Larregui (Grupo Modelo), Roberto Hernández (Citigroup-Banamex), Isaac Saba (Grupo Casa Saba, Hoteles Marriott, Mexicana), Lorenzo Zambrano (Cemex), Alfredo Harp Helú (Banamex), Eugenio Garza (Avantel) y otros magnates más que concentran la mayoría de los monopolios y son defensores del libre mercado y de las reformas en contra de las conquistas laborales y sociales. La desigualdad también está en los sueldos que se perciben en todos los ámbitos tanto públicos como privados.

La Constitución Mexicana, en su artículo 123, establece: “Los salarios mínimos generales deberán ser suficientes para satisfacer las necesidades normales de un jefe de familia, en el orden material, social y cultural, y para proveer la educación obligatoria de los hijos”. ¿Se respeta en México esta ley? Por supuesto que no. El salario mínimo en el área geográfica mejor pagada se ubica en 50 pesos la jornada de ocho horas. Si lo multiplicamos por 30, tendremos un sueldo mensual de 1,500 pesos: ¿acaso una familia puede sobrevivir con tan humillante ingreso?

En la zona metropolitana de Guadalajara el salario mínimo se fijó, para 2007, en 49 pesos la jornada de ocho horas, es decir, 1,470 pesos por mes. Es aquí donde comienzan las grandes desigualdades. Un obrero que gane, digamos, dos salarios mínimos, recibirá 2,940 pesos. Si el sueldo es “competitivo”, quizá percibirá tres salarios mínimos, lo que hará que su ingreso mensual ascienda a 4,410 pesos. ¿Se pueden comparar estas percepciones con las de los empresarios boyantes de Guadalajara o las de la clase política jalisciense? La desigualdad económica inicia, sin duda, con la fijación del salario mínimo y se agrava con los sueldos que recibe la élite política. Ejemplos tenemos muchos.

El gobernador de Jalisco, Emilio González Márquez, tiene un ingreso quincenal neto de 84,967 pesos. En el “Despacho del C. Gobernador”, según la página electrónica del Gobierno del Estado, solamente hay siete personas laborando. De ellas, la segunda con mayor ingreso es una secretaria privada que recibe un salario quincenal de 4,853 pesos. ¿Diferencias salariales? Pero aún hay más desigualdad: si sumamos los sueldos que obtienen quienes laboran en el despacho del gobernador, sin incluir el de González Márquez, tenemos que perciben en conjunto un total a la quincena de 27,074 pesos, es decir, mucho menos de la mitad de lo recibido por el gobernador. ¿Por qué tanta desigualdad?

En la misma página electrónica del gobierno del Estado de Jalisco, en la Secretaría de Desarrollo Humano, existe registro de las percepciones de 177 asalariados. El sueldo quincenal más bajo es de 1,862 pesos. En toda la secretaría solamente 19 personas superan los 10,000 pesos a la quincena y, de ellas, solamente dos los 20,000: Alberto Gutiérrez, director general de política social, con 23,002 pesos y, claro está, el secretario, Florencio Martín Balderas Hernández, con 61,964 pesos, es decir, 123,928 pesos al mes. De 177 trabajadores de dicha secretaría, 158 perciben menos de 10,000 pesos a la quincena. Para tener más claras las desigualdades económicas basta un ejemplo: Julio César Ríos Orozco, que gana como “coordinador A” al mes la cantidad de 3,724, tendría que trabajar 33 meses para alcanzar el sueldo mensual del secretario (123,928 pesos). Más claro: para que Ríos Orozco junte lo que en dos meses gana Florencio Martín, tendría que laborar cinco años y medio. ¿Qué justas son las cosas con estos gobiernos panistas, no?

No cabe duda que una de las mayores rémoras del país es la desigualdad salarial. No se puede tener una nación viable si, en una misma dependencia, como se señaló líneas arriba, existen tan aberrantes asimetrías entre los diversos sueldos. Y si a ello le agregamos los altos ingresos de los gerentes de las trasnacionales, de los empresarios consentidos y de muchos “funcionarios” de élite, además de sus prestaciones y la seguridad social recibida, tenemos un panorama injusto que, en no mucho tiempo, hará de México un polvorín: con encono social, dividido, enfrentado entre quienes tienen todo y quienes trabajan durante toda su vida para apenas subsistir. Pero allá, arriba, tanto en los sectores privado como público, no lo quieren entender y, quizá, ni les importa.

Artículo El Occidental 22/04/2007

Incapacidad e ineficacia: la batalla que se va perdiendo

Jorge Gómez Naredo

Hay muerte aquí, allá, acullá; ayer, hoy, mañana. La delincuencia en torno al narcotráfico en México ha mostrado nítidamente su fuerza, su organización, su saña y su cruento accionar. El gobierno de Felipe Calderón no ha podido contrarrestarla. ¿Por qué? Simple, el problema del tráfico ilícito de narcóticos no es romo, unilineal, fácil de resolver. Se precisa reflexión, investigación, accionar en conjunto y desde distintos órganos de gobierno, tanto nacionales como internacionales; no es un problema única y privativamente de México; también están involucrados Estados Unidos y otros países de América Latina como Colombia.

Cuando Felipe Calderón tomó posesión, le apostó todo a la seguridad, a la mano dura, a la lucha frontal contra el narcotráfico. Pensó que con dicho argumento y con acciones pequeñas podría legitimar un triunfo mínimo sobre su más cercano competidor en las elecciones de 2006. Pensó, también, que con operativos espectaculares la población rápidamente iba a confiar en él y se iban a olvidar los calificativos de “usurpador”, “espurio”, “pelele”. Todo falló. La supuesta “batalla de todas las batallas” se realizó sin pies ni cabeza, mandando contingentes de soldados a diversos estados de la república sin un plan maestro. Fue un producto para la televisión: las pantallas mostraron imágenes de efectivos del ejército y numerosos spots repetían hasta el hartazgo (y aún hoy, en una de esas jugadas maestras del cinismo) el supuesto poder del estado. Pero nada bueno se puede esperar de una campaña mediática sin contenido, sin planeación, sin cacumen y carente de toda eficacia.

Los resultados están a la vista de todos: ejecuciones ayer, hoy y mañana; saña al por mayor; delincuencia desencadenada y nula efectividad por parte de las autoridades federales, estatales y municipales. Lo peor: la muerte, las ejecuciones, las balaceras y los cuerpos semidesnudos y sangrados se comienzan a percibir como cotidianos. “Mataron a veinte”, “hoy hubo quince asesinados”, “se echaron a diez”. Nada conmueve, pero todo asusta. La lucha se está perdiendo y, en una burbuja, allá, arriba, en las altas esferas del poder, se habla de firmeza, de contestación rauda y eficaz, de éxito. Dos mundos distintos, dos mundos difíciles de conciliar: el de arriba y el de abajo. Siempre se regresa al principio de la desigualdad, a los que tienen todo y los que nada poseen, a los que piensan en empresas y proyectos boyantes y los que buscan en sus bolsillos y no encuentran tostón alguno. La lucha de clases, que en muchas de las discusiones académicas ha desaparecido, en la vida cotidiana, sin embargo, permanece y se ve más, se siente aún más, se percibe con nitidez.

La violencia llega de todas partes. La sociedad se alarma de un asesino en una universidad norteamericana, de la pistola y la sangre. Cosas extrañas. Acá, abajo, al sur del Río Bravo, un día sí y el otro también esa misma violencia que conmociona en el norte, se da y se recrudece sin notoriedad. ¿Para qué volteamos al norte si aquí, en el centro-sur, tenemos nuestro infierno? Allá, quizá, en un año, en dos, en tres, no se repetirá una matanza como la acaecida la semana pasada. Aquí, mañana sabremos de más muerte y más ajusticiamientos, y sin embargo, nada se hará.

La política en materia de seguridad en el gobierno (¿hay gobierno?) de Felipe Calderón ha sido un fracaso; no se ha detenido la lucha entre facciones del narcotráfico y continúa la corrupción y la ligazón entre capos y autoridades policíacas. Las ejecuciones se multiplican y cada vez se realizan con saña mayor. ¿Qué hacer?, ¿cómo detener esta ola de violencia? Se supone que el gobierno emanado del PAN debería tener la solución, pero, desgraciadamente, son los que menor idea poseen de las posibles soluciones al problema de la inseguridad y el narcotráfico. Y ellos, cínicamente, se hacen llamar “gobierno”. Cosas de la vida que sólo pasan en un país tan lleno de tintes folklóricos como el de México.

Dos cartones

Dos cartones, dos. Uno de El Fisgón, donde expone, críticamente, el poder que la iglesia tiene en estos gobiernos panistas (conservadores, mochos, hipócritas, déspotas, cínicos...). El de Hernández está buenísimo, porque dibuja a Calderón en su verdadera estatura.



viernes, abril 20, 2007

Dos cartones



Dos cartones. El de Helguera es muy significativo...

jueves, abril 19, 2007

¿Qué hacer?

¿Cómo le hago
para expulsar
de mí

tu caricia

que no llega...
no ha llegado
y desgracidamente

nunca llegará?

Cartones

Cartones de La Jornada, uno de El Fisgón; otro de Helguera y, para finalizar, de Hernández.

Éste está muy chido, porque es una crítica mordaz e incisiva a la campaña mediática que el gobierno (más bien desgobierno) de Felipe Calderón ha hecho. No se está luchando de manera inteligente contra el narcotráfico, sino solamente se usan la televisión y los spots como elementos de "acción". Así no se gana la lucha contra un problema como el narcotráfico que precisa sea tratado de manera integral. Estos panistas creen que todo se arregla con salir en la tele. Pobres...

El chapulín colorado está bien cotorro, con su bastón y las arrugas. Y qué decir de la intolerante derechista que preside el PAN-DF... Excelente cartón.

Sí, "POCO EJECUTIVO", eso es lo que pasa. ¿cuánto mide Calderón, tanto en estatura física como en capacidad mental? ¿Alguien conoce el dato...?

Dos, dos, dos

Pequeño minuto que se pierde
lentamente
abstracto
en el mar de un mañana
llena de sol

------------------

Todavía sigo esperando
esperando un poco
que la luna
se vuelva sol

martes, abril 17, 2007

Cartón de Hernández


Este es un cartón de Hernández, aparecido en La Jornada, y que delinea claramente cómo el gobierno federal es incapaz de detener la crisis habida por la lucha entre cárteles de la droga.

lunes, abril 16, 2007

Artículo La Jornada Jalisco 15/04/2007

¿Se tiene en México y en Jalisco un partido de izquierda?

Jorge Gómez Naredo

El PRD, se supone, es un organismo político progresista (en sus estatutos se declara que fungirá como un “partido de izquierda democrático”), que busca, por todos los medios posibles, la justicia: hacer las cosas más igualitarias entre los distintos sectores económico-sociales de la población mexicana; luchar para revertir las indignantes y aberrantes injusticias en el país, donde unos cuantos tienen absolutamente todo y muchos, la mayoría, tienen poco o nada. Pero, ¿acaso el PRD ha cumplido verdaderamente su labor de ser un partido de izquierda?, ¿en los distintos estados se llevan a cabo labores de concientización y análisis político?, ¿se vela y defiende el bienestar de los estratos más desprotegidos?

En días pasados, en una entrevista hecha por este articulista a Gilberto Parra, el ex-presidente estatal del PRD-Jalisco y ex-diputado federal mencionó: “la naturaleza del partido [PRD en Jalisco] cambió radicalmente: de ser un partido que estaba de alguna suerte vinculado a los sectores más humildes de la población en Jalisco, se convirtió en una especie de franquicia al servicio de un grupo de poder”. No cabe duda que en el estado el PRD no ha logrado vincularse con los sectores menos favorecidos ni ha podido encabezar luchas sociales de interés general. Todo se ha arreglado en las cúpulas y los graves lastres que aquejan al organismo a nivel nacional, también se observan en lo local. El problema principal es la lejanía de un partido de izquierda con sus bases, con el pueblo, con quienes viven en la marginación.

En el VI Congreso Nacional del PRD, celebrado en la ciudad de Zacatecas del 24 al 28 de abril de 2001, se aprobó una declaración de principios que dispuso claramente: “El Partido de la Revolución Democrática se propone recoger las aspiraciones, intereses y demandas de la ciudadanía, en especial de quienes sufren la explotación, la opresión y la injusticia. Se compromete con las mejores causas del pueblo, de la Nación y sus regiones, para construir una sociedad justa, igualitaria y democrática que tienda a suprimir la explotación del hombre por el hombre”. Pero, ¿acaso lo ha hecho?, ¿en Jalisco, el partido del Sol Azteca se ha interesado por las demandas del pueblo, de la sociedad?

En las pasadas elecciones de 2006, pese a la crisis de credibilidad, el PRD obtuvo un buen número de posiciones políticas: las más altas en toda su historia (en realidad la Coalición por el Bien de Todos ganó la presidencia de la república, pero el fraude electoral maquinado por Acción Nacional y por el gobierno de Vicente Fox impidió la victoria legal –y reconocida– de López Obrador). Esto acalló la necesidad de reflexionar sobre el futuro y la congruencia de la dirigencia del Sol Azteca. Se olvidó que la mayoría de las personas que votaron por el PRD no lo hicieron porque éste hubiera representado una opción de izquierda, sino por el fenómeno AMLO, por la popularidad y la congruencia del líder tabasqueño. Fue clara la tendencia en estados con raigambre panista, donde los resultados pusieron en evidencia la crisis del partido. Por ejemplo, en el distrito VIII de Jalisco, los resultados en la elección federal fueron de 102,005 votos para Calderón, 35,058 para Roberto Madrazo y 34,506 para López Obrador. En ese mismo distrito, para diputados locales, hubo 67,046 votos para Acción Nacional, 45,017 para el PRI y el PRD obtuvo solamente 12,835. ¿Por qué la gran diferencia?, ¿por qué AMLO obtuvo 34,506 sufragios y los diputados locales del Sol Azteca sólo consiguieron 12,835? ¿Qué pasó? Simple: en Jalisco el PRD está en crisis y no tiene credibilidad, su trabajo de base (una cuestión imprescindible en un partido de izquierda) es nulo y no encabeza, como se esperaría, las luchas sociales de los más desprotegidos. Entonces: ¿por qué votar por él?

En la declaración de principios del PRD de 2001 se lee claramente: “Es propósito del PRD contribuir a la creación de la dimensión ética de la política, sustentada en el humanismo, en los valores del pensamiento crítico, el compromiso democrático y la vocación social. El PRD no busca el poder por el poder mismo, sino que lo concibe como medio para transformar democráticamente la sociedad y el Estado”. ¿Se están respetando estos principios? Por supuesto que no. En muchos estados (y Jalisco es un caso ejemplar), el partido del Sol Azteca no tiene contacto con las aspiraciones de la inmensa mayoría de los ciudadanos, no se lucha por la justicia ni por purificar la vida política. Hay oportunismo y todo se resuelve en las cúpulas. Es inexistente la reflexión sobre nuevas vías para obtener apoyo popular y para estar, codo a codo, luchando con el pueblo. No cabe duda que las palabras de Gilberto Parra tienen mucho de verdad: “El PRD se desvirtuó, pasó a ser un instrumento grotesco [...] y como alternativa de cambio, pues no ha logrado convencer”.

¿Se puede transformar al PRD?, ¿estamos condenados a que el único partido de izquierda existente en México carezca de valores éticos y compromiso social?, ¿es posible impedir que las siglas del Sol Azteca se vendan al mejor postor en tiempos de elecciones? Gilberto Parra vacila al respecto: “La gran duda que yo tengo es si realmente el PRD puede hacer esa renovación, esa refundación que reclama a gritos o si ya es un caso perdido. Tengo esa interrogante”. Seguramente muchos también tienen esa duda y constantemente se cuestionan: “¿tenemos en México y en Jalisco un partido verdaderamente de izquierda?”

Artículo El Occidental 15 de abril de 2007

El sistema partidista en crisis

Jorge Gómez Naredo

No es secreto para nadie que el sistema de partidos está en crisis. En todo el territorio nacional la ciudadanía desconfía de los organismos políticos; el PAN, el PRI y el PRD, los partidos más importantes y con mejores posiciones en la estructura política, están corroídos por dentro. Las luchas internas son constantes y ello impide su buen funcionamiento. Pero eso no es todo. Los ideales para lo cual fueron creados se han olvidado rápidamente y más parecen agencias de colocación que organismos en busca de asumir el poder para beneficiar a la sociedad. Muchos militantes cambian de partido cuando las circunstancias lo ameritan, pues buscan continuar en el presupuesto público, obtener mejores beneficios personales o grupales y, en el peor de los casos, inmunidad para no enfrentar procesos penales. Los principios ideológicos quedan en el olvido. El caso de Demetrio Sodi es ejemplar, del PRI pasó al PRD y terminó, después de haber sido senador por este último partido, luchando por la jefatura de gobierno del DF bajo las siglas del PAN.

El PT, Verde Ecologista, PASC y Convergencia, los llamados partidos pequeños, buscan por todos los medios posibles realizar alianzas para no perder el registro y seguir subsistiendo con el presupuesto público. No les interesa el bien de la ciudadanía, sino lograr más posiciones políticas y obtener mayores recursos.

La crisis abraza a todos los organismos políticos y ninguno se salva. Ello pone en peligro los pocos avances democráticos logrados en el país. A partir del fraude electoral en julio de 2006 y de la usurpación de Felipe Calderón de la presidencia de la República, la crisis de partidos se generalizó.

En el caso del PAN hay una división marcada: por un lado se encuentra el grupo encabezado por el presidente del partido, Manuel Espino, junto con Vicente Fox y Santiago Creel. Por otro lado está el abanderado por Felipe Calderón y Francisco Ramírez Acuña. Hay una lucha constante entre ambas facciones. Calderón no puede “gobernar” con independencia porque llegó al poder gracias a las argucias de Fox y a la ayuda recibida por empresarios corruptos. Está por todos lados maniatado. Solamente se unen los grupos panistas para acciones como, por ejemplo, la privatización de PEMEX y de la mayoría de los recursos energéticos del país.

El PRI, por su parte, vive una de sus peores crisis. Los gobernadores y diputados que están electos bajo sus siglas venden su apoyo al mejor postor. En las pasadas elecciones lo vimos claramente, pues varios de ellos auxiliaron (con todas las argucias características del PRI de antaño) a Felipe Calderón. Es un partido en crisis total, sin identidad, oportunista y con militantes como Ulises Ruiz, Mario Marín (el afamado gober precioso) y Arturo Montiel, todos envueltos en casos de corrupción.

El PRD, el partido que supuestamente defiende los valores de izquierda, ha sido secuestrado por el oportunismo y ya no importan, en muchos de sus dirigentes, los principios de justicia y de igualdad, sino simple y llanamente conseguir más posiciones políticas. Sus partidos locales (estatales), se venden al mejor postor y no hay rubor para, por ejemplo, postular a cargos de elección popular a derechista recién salidos del PRI o del PAN.

El verdadero problema de esta crisis del sistema partidista en México es el desánimo que produce en la sociedad todo lo relativo a los asuntos públicos: el quehacer político se ve desacreditado y al “político” se le observa como un personaje corrupto, que solamente busca su bienestar personal y que poco o nada le importan la sociedad, los electores. Por otro lado, la falta de credibilidad en los partidos políticos hace inoperante una democracia; “¿votar por los mismos ladrones?”, es una pregunta constante de muchos millones de mexicanos.

Si no se hace un análisis profundo y crítico del sistema partidista por parte de la sociedad y de los mismos partidos, la democracia (tan golpeada por el fraude electoral de julio de 2006), está condenada a morir o a vivir siempre en la simulación. Y tendremos que soportar, como hasta ahora, una televisión que nos dice: “sí hay democracia”, y una realidad que nos recuerda, tan terca como es, que el sistema político mexicano es una farsa, una más en este país kafkiano.

domingo, abril 08, 2007

Artículo La Jornada Jalisco, 08/04/2007

Nulos resultados en seguridad
Jorge Gómez Naredo

Al iniciar su cuestionada administración y en un intento por legitimarse en la presidencia de la República, Felipe Calderón, con bombo y platillo, anunció operativos en contra del narcotráfico. A lo largo de sus más de cien días de gobierno ha repetido en numerosas ocasiones una especie de reto a la delincuencia: “Soy el primero en reconocer que ésta [la batalla contra el narcotráfico] será una batalla larga y difícil […] que nos va a costar muchos recursos, que nos va a tomar tiempo, que por desgracia tomará vidas humanas [sic], pero es una batalla que el Gobierno está absolutamente resuelto a librar sin dar tregua ni cuartel”. Sin embargo, los operativos llevados a cabo no han sido planeados con detenimiento, no se pensó en las causas profundas que han motivado el narcotráfico ni se buscó una coordinación entre los distintos niveles de gobierno; al contrario, se echaron a andar con premura. La intención, en sí, no ha sido detener el tráfico ilícito de droga o erradicar la cruenta lucha entre organizaciones delictivas, sino mostrar a todo ciudadano (a través de la televisión, la radio y los periódicos) que existe gobierno y está dispuesto a utilizar la milicia cuando sea necesario.

El ejército, una institución que no había tenido una participación preponderante desde muchos años atrás, al arribo de Calderón comenzó a tenerla. Miles de anuncios de televisión han exhibido la unión del poder civil con el militar; incluso, Calderón se ha vestido con una chaqueta y gorra verde olivo. Las reuniones con las fuerzas armadas se han multiplicado y las declaraciones del Secretario de la Defensa Nacional poco a poco han tomado mayor relevancia. En un intento para relacionar signos populares con la institución castrense, los jugadores de las “Chivas” del Guadalajara realizaron una sesión fotográfica subidos en un tanque militar, flanqueados por efectivos del ejército vestidos con traje de combate. La intención ha sido clara: acostumbrar a la ciudadanía a la presencia militar.

El caso de Ernestina Ascencio, una anciana fallecida en el municipio de Soledad Atzompa, en la región de Zongolica, Veracruz, provocó sospechas e indignación en la opinión pública, pues las pruebas hasta ahora recabadas (aunque lo nieguen la presidencia de la República, la Secretaría de la Defensa Militar (SEDENA) y la Comisión Nacional de Derechos Humanos) indican que murió debido a una violación tumultuaria realizada por elementos del ejército mexicano. Ello ha provocado una crisis en la credibilidad de la milicia.

Los operativos en contra del narcotráfico han sido un fracaso. La inclusión del ejército mexicano para perseguir y detener a los capos no ha surtido los resultados esperados y, en cambio, sí ha expuesto a la institución castrense al juicio de la ciudadanía. Las ejecuciones se multiplican en varios estados del país: el pasado viernes, un corresponsal de noticieros Televisa fue victimado en Acapulco. En Sinaloa, Guerrero, Tamaulipas, Nuevo León y Michoacán la situación se agrava día a día. De nada sirven los discursos de Felipe Calderón que, cuando habla de inseguridad, siempre se refiere al Distrito Federal, con la intención de desprestigiar la labor del gobierno perredista en la ciudad de México. La batalla en contra del narcotráfico se está perdiendo y la ineficacia del poder ejecutivo está a la vista de todos: no se puede anunciar una guerra frontal contra la inseguridad cuando, lo que en realidad se busca, es la legitimación de un presidente.

Felipe Calderón pretendió realizar una campaña mediática donde los militares se mezclaran con el poder civil. Su intención era mostrar a un estado poderoso, con capacidad para erradicar uno de los problemas más conflictivos en el país; sin embargo, no se puede gobernar a través de la televisión, es imposible emprender una campaña en contra del narcotráfico sin planeación, análisis y acciones coordinadas. Ahora se están pagando las consecuencias: se han incrementado los asesinatos, las luchas entre cárteles y las ejecuciones de policías y periodistas.

La apuesta de Felipe Calderón era legitimarse a través de la fuerza pública y mostrar en la televisión un gobierno que detuviera y encarcelara a los grandes capos del narcotráfico. Desde la campaña presidencial el PAN y el equipo de Calderón propiciaron un ambiente de total inseguridad para, llegado el momento, aparecer como los salvadores de la paz, el estado de derecho y la certidumbre. Pero todo salió mal y los resultados están a la vista: ejecuciones sanguinarias, lucha cruenta entre cárteles y un ejército que ha comenzado a ser criticado y se ha puesto en duda su credibilidad y su capacidad para detener al narcotráfico. Cada día, el gobierno de Felipe Calderón (aunque en los medios de comunicación electrónicos pretendan ocultarlo) se desmorona y muestra sus abundantes debilidades. Y ni las constantes campañas mediáticas de la presidencia de la República pueden –ni podrán– contrarrestar este fenómeno.

Artículo El Occidental, 08/04/2007

La semana santa y el centro de Guadalajara

Jorge Gómez Naredo

Hay calor, mucho calor. El sol nace y lo llena todo, las nubes desaparecen y un cielo azul, tercamente azul, se observa al levantar la mirada. Es semana santa en la ciudad de Guadalajara, hay, como en todo el país, pocas notas en los diarios que resalten: siguen los asesinatos, esto es, la estrategia de Felipe Calderón y de sus “asesores” en contra de la delincuencia organizada ha resultado un fracaso, pues la sangre sigue corriendo, las ejecuciones se incrementen y un periodista (el corresponsal de Televisa en Guerrero) fue ultimado el viernes pasado en Acapulco. Lo mismo de siempre, muerte, inseguridad y un gobierno ineficaz e inoperante.

Pero nada o poco llega a la ciudadanía: la información no tiene el alcance que posee en días laborables. Las calles de la capital jalisciense se vislumbran vacías y se transita con cierta rapidez; los autos solamente son detenidos por la pésima sincronización de los semáforos.

Tomar un camión del transporte público urbano resulta una odisea, pues “no pasan”, “no hay”, “no trabajan”. Una señora con unos cuarenta años encima, tomada de la mano de una pequeña niña, observa, observa y observa la avenida, mira hacia el cielo, al reloj, espera. Ningún camión se digna aparecer: “esto es demasiado”, me dice. “Sí”, le respondo. Ambos sabemos que el transporte público en la zona metropolitana de Guadalajara es indignante. Pero nadie hace nada, nadie protesta. Los usuarios tienen que sufrir las malas caras de los conductores, la incomodidad de unidades desvencijadas, el ruido de los motores, la suciedad, la velocidad, el “no me dio la parada”, el “me bajó cinco cuadras después”. Nadie hace nada, nadie reclama, nadie alza la voz. Y lo peor, se sigue votando por las autoridades responsables del pésimo servicio en el transporte público.

El centro de la ciudad se encuentra vacío de miradas, de pies caminando, de voces. La mayoría de los locales establecidos cerró sus puertas. El ayuntamiento tapatío permitió a los vendedores ambulantes reinstalarse en algunas céntricas calles; los dejaron salir de un sótano lúgubre. Ahora es fácil comprar unas “papitas”, regalos y muchos objetos más, pero solamente será hasta el domingo, pues cuando las personas nuevamente llenen el centro y la algarabía y el tráfico y los pasos se multipliquen, también abrirán sus puertas los negocios establecidos; será el momento en que los pequeños vendedores vuelvan al sótano a seguir vendiendo poco. “Es la ley”, dirán las autoridades. Una extraña ley que criminalizar el comercio de los pobres. Pero nadie protesta, nadie dice nada, nadie alza la voz.

No hace mucho tiempo regresé a la ciudad; uno retorna después de varios años de ausencia y la encuentra distinta, pero parecida; igual, pero diferente. El centro sigue siendo, a grandes rasgos, el mismo: las calles descuidadas, la incomprensible ausencia de un lugar dónde depositar la basura, autos estacionados en banquetas y policías en bicicleta. Todo igual, o casi igual.

La semana santa permite observar al centro de la ciudad con mayor nitidez y reflexionar sobre su desarrollo histórico ¿Por qué se destruyó su belleza?, ¿quién decidió colocarlo en el camino entre una ciudad colonial y una moderna?, ¿quién erradicó su equilibrio arquitectónico en aras de hacerlo “moderno”? Las autoridades municipales y estatales han hecho poco por rescatar al centro histórico: se nota descuidado y maltratado. Pero nadie dice nada, nadie levanta la voz ni se inconforma.

Llegará nuevamente el barullo al centro de Guadalajara, la multitud de miradas y de pasos, los locales establecidos abiertos, voces, el ruido, los camiones y la caterva de automovilistas que no respeta al peatón. Todo arribará rápido y se olvidará (cómo duele decirlo), la calma. Nadie se detendrá a pensar qué hacemos para regresar la belleza al centro histórico, ni los ciudadanos ni las autoridades. Nadie protestará ni alzará la voz. ¡Qué triste!

domingo, abril 01, 2007

Artículo La Jornada Jalisco 01/04/2007

Iglesia y gobierno panista: guiños y abrazos

Jorge Gómez Naredo

El tema de la separación del poder civil del religioso se ha vuelto a plantear en estos últimos días. Desde las pasadas elecciones del 2 de julio, cuando en miles de parroquias se hizo abierta campaña a favor de Felipe Calderón y en contra de Andrés Manuel López Obrador, el tema de la injerencia de miembros de la iglesia católica en asuntos políticos se comenzó a cuestionar en varios sectores de la sociedad mexicana.

La muy probable aprobación de una ley para normar el aborto en la ciudad de México ha sido, sin duda, un buen pretexto para que la iglesia católica se manifieste abiertamente y, también, para ocultar los casos de pederastia de ciertos clérigos. Pero la injerencia no comenzó con la propuesta presentada a la Asamblea Legislativa del Distrito Federal. Desde tiempo atrás se ha iniciado un acercamiento entre el gobierno panista, de derecha, y los grupos más radicales de la iglesia católica. Ejemplos hay muchísimos: durante las acostumbradas homilías dominicales celebradas en la catedral de la capital de la república, Norberto Rivera constantemente se refería a temas netamente políticos, además de marcar la postura de la iglesia ante, por ejemplo, las campañas de odio realizadas por el PAN en contra del ex-candidato de la Coalición por el bien de todos. Cualquier asunto de interés público era comentado por el purpurado, sin importar que fuera un asunto político.

La propuesta para legalizar el aborto ha desatado una embestida por parte de la iglesia católica y de ciertos grupos conservadores contra todo aquel que se manifieste a favor de ella. Obispos, arzobispos y cientos de párrocos han iniciado una campaña frontal para impedir, por todos los medios posibles, que una mujer tenga el derecho de decidir sobre su propio cuerpo. No se han escatimado recursos e incluso se han contratado espacios en televisión para realizar propaganda en contra de la iniciativa presentada en la Asamblea del Distrito Federal por la bancada del PRD.

Esta discusión nos ha mostrado hasta qué punto la iglesia católica tiene vínculos con el gobierno panista: Felipe Calderón hizo público su rechazo a la iniciativa y se ha manifestado renuente a cualquier legislación relativa al aborto. Francisco Ramírez Acuña ha hecho lo mismo y muchos otros funcionarios federales lo han secundado. ¿Acaso en México no se tiene una separación clara de las labores del gobierno civil y de la iglesia católica? Parece ser que esto se ha ido eliminando a partir de la llegada de los panistas al poder.

En Jalisco, por ejemplo, la influencia de Juan Sandoval Íñiguez es inmensa. Toda declaración hecha por el purpurado es tomada en cuenta en la mayoría de los medios de comunicación; los funcionarios públicos lo consideran un “líder” y es, para muchos políticos jaliscienses, un personaje “no criticable”. El pasado miércoles, en la celebración de su cumpleaños 74, buena parte de la clase política estatal estaba ahí, presente, demostrándole su adhesión y su acercamiento ideológico. Estaban, ni más ni menos, Emilio González Márquez y Fernando Guzmán Pérez Peláez, los dos hombres más importantes en la jerarquía gubernamental de Jalisco. También había empresarios, alcaldes, diputados y un sinnúmero de “personalidades” más. Y por si esta muestra de relaciones estrechas entre la iglesia y los funcionarios públicos del estado fuera poca, en días pasados en el Congreso del Estado se declaró el 25 de marzo como el día estatal “del Niño y la Niña por nacer”, deslindándose así de la legalización del aborto y exhibiendo lealtad y sumisión al pensamiento de Sandoval Íñiguez (que catalogó la ley para normal el aborto como un “asesinato”). ¿Dónde está, pues, la separación de la iglesia y del estado?

Los gobiernos panistas, para justificar esta cercanía con la iglesia, inventan efugios y buscan relacionar el “sentir ciudadano” con el “sentir religioso”, tratando de hacer una mismo cosa de ambos. Queda claro que ciertos miembros de la iglesia tienen una influencia inmensa en los funcionarios públicos: ahí están los casos de Onésimo Cepeda, Norberto Rivera y, claro, del cardenal Juan Sandoval Íñiguez: los tres acostumbrados a recibir honores de la clase política mexicana.

La historia de México nos muestra que las relaciones entre el poder civil y el religioso siempre han sido conflictivas. Durante el siglo XIX se logró, a través de sangre y guerra, la separación entre iglesia y estado, ¿por qué ahora, con el PAN en el gobierno, se quiere regresar a ese pasado?, ¿acaso no se ha entendido que en México el estado es laico? A Felipe Calderón, Francisco Ramírez Acuña, Emilio González Márquez, Fernando Guzmán Pérez Peláez y a cientos de panistas y priístas se les debe recordar que el estado precisa guardar su distancia de la iglesia porque, si no se hace, además de regresar a regímenes autoritarios (que se dicen democráticos), retornaríamos también a una especie de segunda Edad Media “moderna”, con la televisión y la extrema derecha católica decidiendo qué se puede y qué no hacer. No nos podemos dar ese lujo, el peligro acecha.

Artículo El Occidental 01/04/2007

La lucha continúa

Jorge Gómez Naredo

La Convención Nacional Democrática fue un éxito: cientos de miles de personas marcharon por Paseo de la Reforma, Juárez, Madero y Cinco de Mayo para desembocar en el mítico zócalo capitalino. Si bien es cierto no hubo tantas personas como en las asambleas que se convocaron después del 2 de julio del año pasado, ello no quiere decir que el movimiento lopezobradorista se desmorone. Nada de eso. Al contrario, se fortalece con la experiencia, la reflexión y el reflujo de las energías.

El movimiento social que encabeza Andrés Manuel López Obrador ha logrado mantener la vitalidad por más de tres años: desde aquellas muestras de apoyo cuando Vicente Fox se empecinó en dejar fuera de la contienda electoral al ex-jefe del gobierno capitalino, hasta la segunda asamblea de la Convención Nacional Democrática, han pasado más de 36 meses llenos de intensidad. La televisión ha jugado una función determinante: primero atacando un día sí y el otro también a AMLO; después ocultando las pruebas del fraude electoral y cerrando los espacios de expresión para todo aquel que osare mostrar apoyo a la lucha resumida en el famoso: “voto por voto, casilla por casilla”. Cuando Calderón tomó posesión, entre rechiflas, indignación popular y una trifulca en la Cámara de Diputados, las televisoras y buena parte de las radiodifusoras y de los medios impresos consideraron inexistente todo lo que tuviera que ver con López Obrador. La desinformación fue mucha y los ataques se recrudecieron. Muchos “analistas políticos” consideraron “muerto” al movimiento y, a su líder, lo conceptuaron como un “cadáver político”. Nada existía en la “realidad” de las televisoras que no fuera el “gobierno” de Felipe Calderón, los operativos (por cierto, un rotundo fracaso) contra el narcotráfico y los supuestos “logros” del panista.

A pesar de todo este ataque mediático (en una sociedad manipulada, explotada y acostumbrada a jamás desobedecer al televisor), la marcha del 25 de marzo fue un éxito. No sólo porque reunió a más de un millón de manifestantes (una cantidad impresionante de personas para un acto político), sino porque lo hizo en un ambiente de desinformación y silencio mediáticos. Quedó demostrado que el movimiento que encabeza López Obrador está vivo y no se ha podido aniquilar, como lo han querido la derecha, el PAN y muchos empresarios corruptos desde hace ya más de tres años.

¿Quién hubiera podido soportar el embate mediático que ha sufrido López Obrado? Felipe Calderón por supuesto que no; en realidad él es un producto mediático, sin apoyo popular, mantenido en el poder por el apoyo de las televisoras, los monopolios nacionales y extranjeros y el ejército. Ninguna figura política hubiera salido avante de una embestida mediática como la que ha sufrido López Obrador. Por eso varios académicos estudiosos de las ciencias sociales no han logrado descifrar el enigma: ¿cómo es posible que un político, en plena era de los medios de comunicación, haya podido sobrevivir ante el encono de las pantallas de comunicación, del gobierno y de los grupos empresariales?

Ante un zócalo lleno de seguidores -si bien no tan enjundiosos como en otras ocasiones, pero siempre fieles y convencidos (sin acarreos ni la conocida estrategia: torta, camisa y gorra)-, bajo un sol radiante y quemador, López Obrador dio un informe de sus actividades como presidente legítimo de México. Se decidió, además, la próxima fecha para celebrarse la tercera asamblea de la CND y se alertó a los ahí presentes de convocatorias de emergencia para cuando el gobierno de Felipe Calderón pretenda privatizar PEMEX.

La segunda asamblea de la CND en la ciudad de México demostró, una vez más, que a pesar de todo el odio y el dinero invertido para aniquilar a AMLO, el movimiento vive, se mueve y se manifiesta. Nada han podido hacer porque buena parte de la población mexicana está harta de la simulación, de los políticos que no ven por el interés del pueblo y sí de los potentados. ¿Hasta cuándo entenderán quienes usurparon la presidencia que, con el pueblo, todo, y sin él, nada?