jueves, abril 26, 2007

Artículo El Occidental 22/04/2007

Incapacidad e ineficacia: la batalla que se va perdiendo

Jorge Gómez Naredo

Hay muerte aquí, allá, acullá; ayer, hoy, mañana. La delincuencia en torno al narcotráfico en México ha mostrado nítidamente su fuerza, su organización, su saña y su cruento accionar. El gobierno de Felipe Calderón no ha podido contrarrestarla. ¿Por qué? Simple, el problema del tráfico ilícito de narcóticos no es romo, unilineal, fácil de resolver. Se precisa reflexión, investigación, accionar en conjunto y desde distintos órganos de gobierno, tanto nacionales como internacionales; no es un problema única y privativamente de México; también están involucrados Estados Unidos y otros países de América Latina como Colombia.

Cuando Felipe Calderón tomó posesión, le apostó todo a la seguridad, a la mano dura, a la lucha frontal contra el narcotráfico. Pensó que con dicho argumento y con acciones pequeñas podría legitimar un triunfo mínimo sobre su más cercano competidor en las elecciones de 2006. Pensó, también, que con operativos espectaculares la población rápidamente iba a confiar en él y se iban a olvidar los calificativos de “usurpador”, “espurio”, “pelele”. Todo falló. La supuesta “batalla de todas las batallas” se realizó sin pies ni cabeza, mandando contingentes de soldados a diversos estados de la república sin un plan maestro. Fue un producto para la televisión: las pantallas mostraron imágenes de efectivos del ejército y numerosos spots repetían hasta el hartazgo (y aún hoy, en una de esas jugadas maestras del cinismo) el supuesto poder del estado. Pero nada bueno se puede esperar de una campaña mediática sin contenido, sin planeación, sin cacumen y carente de toda eficacia.

Los resultados están a la vista de todos: ejecuciones ayer, hoy y mañana; saña al por mayor; delincuencia desencadenada y nula efectividad por parte de las autoridades federales, estatales y municipales. Lo peor: la muerte, las ejecuciones, las balaceras y los cuerpos semidesnudos y sangrados se comienzan a percibir como cotidianos. “Mataron a veinte”, “hoy hubo quince asesinados”, “se echaron a diez”. Nada conmueve, pero todo asusta. La lucha se está perdiendo y, en una burbuja, allá, arriba, en las altas esferas del poder, se habla de firmeza, de contestación rauda y eficaz, de éxito. Dos mundos distintos, dos mundos difíciles de conciliar: el de arriba y el de abajo. Siempre se regresa al principio de la desigualdad, a los que tienen todo y los que nada poseen, a los que piensan en empresas y proyectos boyantes y los que buscan en sus bolsillos y no encuentran tostón alguno. La lucha de clases, que en muchas de las discusiones académicas ha desaparecido, en la vida cotidiana, sin embargo, permanece y se ve más, se siente aún más, se percibe con nitidez.

La violencia llega de todas partes. La sociedad se alarma de un asesino en una universidad norteamericana, de la pistola y la sangre. Cosas extrañas. Acá, abajo, al sur del Río Bravo, un día sí y el otro también esa misma violencia que conmociona en el norte, se da y se recrudece sin notoriedad. ¿Para qué volteamos al norte si aquí, en el centro-sur, tenemos nuestro infierno? Allá, quizá, en un año, en dos, en tres, no se repetirá una matanza como la acaecida la semana pasada. Aquí, mañana sabremos de más muerte y más ajusticiamientos, y sin embargo, nada se hará.

La política en materia de seguridad en el gobierno (¿hay gobierno?) de Felipe Calderón ha sido un fracaso; no se ha detenido la lucha entre facciones del narcotráfico y continúa la corrupción y la ligazón entre capos y autoridades policíacas. Las ejecuciones se multiplican y cada vez se realizan con saña mayor. ¿Qué hacer?, ¿cómo detener esta ola de violencia? Se supone que el gobierno emanado del PAN debería tener la solución, pero, desgraciadamente, son los que menor idea poseen de las posibles soluciones al problema de la inseguridad y el narcotráfico. Y ellos, cínicamente, se hacen llamar “gobierno”. Cosas de la vida que sólo pasan en un país tan lleno de tintes folklóricos como el de México.