Jorge Gómez Naredo
Los espejos están llenos de gente. / Los invisibles nos ven.
Los olvidados nos recuerdan. / Cuando nos vemos, los vemos
Cuando nos vamos, ¿se van?
Eduardo Galeano
I
Espejos donde nos vemos, espejos donde necesitamos mirarnos, espejos que nos dicen quiénes somos, hacia dónde fuimos, hacia dónde nos callamos. Espejos que nos dibujan, que nos pintan; espejos aquí y allá, en cada retazo de pasado, en cada jirón de mirada. Sí, espejos: los espejos que Eduardo Galeano nos trae, nos regala, nos murmura con su ironía llena de palabras.
El 15 de abril del presente año apareció simultáneamente en México, Argentina y España, editado por Siglo XXI, el más reciente libro de Eduardo Galeano: Espejos. Una historia casi universal. Galeano es un referente en el pensamiento iberoamericano. Nació en Uruguay, pero pudo haber nacido en cualquier país de América Latina. Ha dicho con palabras exactas y frases precisas lo que los demás han callado. Su obra abarca más de treinta y cinco libros (la mayoría traducidos a decenas de lenguas), entre ellos, quizá el más conocido en el mundo, Las venas abiertas de América Latina. Galeano es historiador, literato y poeta; es activista, filósofo y pensador, es viajero, fue exiliado y continúa ejerciendo el periodismo. Pero ante todo, Galeano es palabra pletórica de ironía.
II
El nuevo libro de Galeano es un recorrido por la historia del mundo. Pero no es una alabanza de lo que hemos sido y en lo que nos hemos convertido. No. Espejos es la historia de cómo los seres humanos han explotado a otros seres humanos, de cómo nos convertimos en una sociedad llena de injusticias y de desigualdad, de cómo nos hemos engañado pensando que somos buenos, que somos los mejores, que hemos hecho el bien. Espejos es una piedra en el zapato: una crítica al “progreso” del cual la mayoría de nuestros líderes se enorgullece cuando escuchan hablar de las hazañas del ser humano por arribar a la modernidad.
Espejos inicia cuando la injusticia hace su arribo en las relaciones sociales: “Y descubrimos las palabras tuyo y mío y la tierra tuvo dueño y la mujer fue propiedad del hombre y el padre propietario de los hijos”. Galeano se adentra en la historia, entra en ella, la analiza y la cuestiona, la critica. Por eso va de Grecia a Roma, de Egipto a Mesopotamia, de la Edad Media a la Segunda Guerra Mundial, del hoy al Renacimiento. Y en todo este recorrido lo que nos regala Galeano es la ironía, porque el hombre siempre está lleno de ironía: ¿cómo entender, por ejemplo, los discursos de paz que llaman y piden la guerra? Galeano es irónico, un irónico incurable: cuando habla del príncipe Yamato Takeru, quien pacificó casi todo el Japón “hace un par de milenios”, Galeano nos regala ironía: “y haciéndolos picadillo [a quienes desafiaban el orden imperial] los pacificó, como entonces se decía, como se dice ahora”.
III
La mujer, en la historia y en el presente, ha sido explotada y vejada, ha estado abajo, siempre abajo del hombre, del macho. Aquí, allá y acullá, la mujer tiene desde siempre que luchar para hacerse respetar, para no ser denigrada cotidianamente, para estar en igualdad con el hombre. La batalla ha sido desigual y a pesar de eso, las mujeres han logrado conquistar espacios, pero todavía falta mucho, demasiado. En sociedades como las latinoamericanas, la mujer sigue teniendo poco acceso a la educación y a la representación popular. Basta mirar los nombres de los jefes y jefas de estado: ¿cuántas mujeres hay? Siempre minoría. Y Galeano lo explica irónicamente, con las palabras precisas, con las frases exactas: “el derecho de propiedad y el derecho de herencia permitieron que ellas fueran dueñas de nada; la organización de la familia las metió en la jaula del padre, el marido y el hijo varón; y se consolidó el estado, que era como la familia pero más grande”.
La historia está llena de machismo, de denigración hacia la mujer. Galeano lo menciona claramente con un ejemplo que extrae de la mayoría de los libros de historia oficial: “En tiempos de Pericles, Aspasia fue la mujer más famosa de Atenas. Lo que también se podría decir de otra manera: en tiempos de Aspasia, Pericles fue el hombre más famoso de Atenas”. El hombre ha hecho, durante varios milenios, todo lo posible por continuar arriba, explotando a la mujer, denigrándola y vejándola. Son los espejos donde nos vemos, los espejos que nos dicen lo que no fuimos y lo que callamos, los espejos que nos miran y nos pintan. Y cómo duele que los dibujos del pasado sean tan precisos, tan iguales a los que ahora forjamos.
III
Eduardo Galeano es un recolector de historias: un campesino de la palabra. Observa, escoge y escribe: así nació Espejos y así han nacido muchos de sus libros anteriores. Cada texto que nos entrega en este nuevo trabajo es un descubrimiento, una ventana donde nos vemos, un pasado que reconocemos como nuestro. Hay ironía en todas sus palabras porque Galeano es irónico, porque Galeano encuentra con facilidad ese espacio donde el ser humano se contradice, es incongruente y miente. Cada palabra nos descubre como somos, como fuimos, como seremos.
La ironía está en todas partes, en todos los textos que Galeano estructura. Cuando habla de la educación que durante muchos años se aplicó a los niños, menciona: “Para evitar que los niños sean niños, los padres pueden castigarlos, siempre que los golpes se apliquen en medida razonable y sin dejar marcas”. La ironía es clara, la ironía es obvia, la ironía está y es presente porque no se puede ser de otra manera ante el desarrollo de la historia: el ser humano es, sin duda, un ser irónico, un ser que llama a la ironía, un ser que se caracteriza por la ironía.
Pero además de ironía, Galeano nos muestra la inocencia, y la dibuja con maestría, con palabras exactas, con frases precisas. Basta un ejemplo: “Allá en la infancia, supe que China era un país que estaba al otro lado del Uruguay y se podía llegar allí si uno tenía la paciencia de cavar un pozo bien hondo”.
IV
¿Por qué el mundo está de cabeza? ¿Por qué hay unos cuantos que lo tienen todo y millones que poseen nada?, ¿por qué no nos cansamos de convivir a diario con las desigualdades, las injusticias y las necedades de unos cuantos? Preguntas que todavía no hemos resuelto, que están en nuestras mentes y que no sabemos si algún día tendrán respuestas. Galeano en Espejos describe los males de la humanidad, porque no podría ser de otra forma, porque Galeano siempre lo ha hecho y porque no sería él si no lo hiciera. Y sus críticas son siempre a los poderosos, a quienes vejan, a quienes hacen daño, a quienes dominan, explotan e inventan enemigos y guerras, a quienes pauperizan a buena parte del mundo, a quienes mienten y no se cansan de mentir: “En el año 2003, Ibn al-Shykh al-Libi, dirigente de Al Qaeda, fue torturado hasta que confesó que Irak lo había entrenado en el uso de armas químicas y biológicas. Acto seguido, el gobierno de los Estados Unidos blandió alegremente su testimonio para demostrar que Irak merecía ser invadido”.
¿Se entiende el ser humano?, ¿nos comprendemos?, ¿los pueblos cómo se interpretan ellos mismos? Galeano no pretende comprender todo, quiere, más bien, dejar una puerta abierta a la reflexión. Y son muchas las frases que nos invitan a pensarnos y a pensar al ser humano: “La caza de judíos ha sido siempre un deporte europeo. Ahora los palestinos, que jamás lo practicaron, pagan la cuenta”; “Sólo nos falta saber por qué los pobres son pobres. ¿Será porque su hambre nos alimenta y su desnudez nos viste?”; “Bolivia demoró ciento ochenta y un años en enterarse de que era un país de amplia mayoría indígena. La revelación ocurrió en el año 2006, cuando Evo Morales, indio aymara, pudo consagrarse presidente con una avalancha de votos”; “En 1889, murió la monarquía en Brasil. Esa mañana, los políticos monárquicos despertaron siendo republicanos”; “algún estudioso llegó a la conclusión de que los Estados Unidos eran el único país donde no había golpes de estado, porque allí no había embajada de los Estados Unidos”.
V
Espejos, espejos y más espejos. Nos miramos en esos espejos, nos encontramos, nos adentramos en ellos. Y con esos espejos Galeano nos enseña que la historia sirve, que la historia no solamente es una ciencia aburrida, una disciplina que se estudia en las universidades y nada más, sino que es una manera de mirarnos y de ubicarnos. Y vaya que hay relaciones claras, iguales, espejos nítidos. En la viñeta titulada “Carlos”, Galeano escribe: “El hijo de Juana la Loca fue rey de diecisiete coronas heredadas, conquistadas o compradas. En 1519, en Francfort, se hizo emperador de Europa convenciendo, mediante dos toneladas de oro, a los electores del trono del Sacro Imperio. Le prestaron ese argumento decisivo los banqueros alemanes Fugge y Welter, los genoveses Fornari y Vivaldo y el florentino Gualterotti. Carlos tenía diecinueve años y ya estaba preso de los banqueros. Fue rey reinante y rey reinado”.
¿Acaso Felipe Calderón no llegó al poder de igual manera: vendiendo la poca dignidad que le quedaba, ofreciendo puestos de gobiernos, subastando las reformas que intentaría aprobar después? ¿Acaso Calderón no es un “gobernante gobernado”?, ¿acaso no es esclavo de quienes lo apoyaron en su campaña electoral? Sí, Galeano nos regala espejos donde nos miramos, donde se deberían mirar quienes gobiernan, quienes explotan, quienes vejan y traicionan.
VI
Las venas abiertas de América Latina es un libro que ha marcado a varias generaciones de latinoamericanos. Y los ha marcado porque en él se muestra, se demuestra y se explica que América Latina ha sido pauperizada por los ricos de afuera y los ricos de adentro, por la unión de esos dos bandos. En Espejos, en la viñeta “Americanos”, Galeano retoma el tema de su obra más conocida y lo hace con su acostumbrada ironía: “Cuenta la historia oficial que Vasco Núñez de Balboa fue el primer hombre que vio, desde una cumbre de Panamá, los dos océanos. Los que allí vivían, ¿eran ciegos? / ¿Quiénes pusieron sus primeros nombres al maíz y a la papa y al tomate y al chocolate y a las montañas y a los ríos de América?, ¿Hernán Cortés, Francisco Pizarro? Los que allí vivían, ¿eran mudos? / Lo escucharon los peregrinos del Mayflower: Dios decía que América era la Tierra Prometida. Los que allí vivían, ¿eran sordos? / Después, los nietos de aquellos peregrinos del norte se apoderaron del nombre y de todo lo demás. Ahora, americanos son ellos. Los que allí vivimos en las otras Américas, ¿qué somos?”
VII
Las críticas a los medios de comunicación masivos han sido una constante en los textos de Eduardo Galeano. En una conferencia celebrada en Italia, hace casi un lustro, argumentó una frase que muestra parte de la manipulación que, especialmente las televisoras, hacen de la realidad: “Nos mean y la prensa dice llueve”. En Espejos, hay muchas críticas hacia la prensa y sus constantes mentiras, mentiras que dicen lo que no es y mentiras que ocultan lo que es. En una viñeta, Galeano escribe: “Cada año, los pesticidas químicos matan a no menos de tres millones de campesinos. Cada día, los accidentes de trabajo matan a no menos de diez mil obreros; Cada minutos, la miseria mata al menos de diez niños. Estos crímenes no aparecen en los noticieros”.
¿Por qué los medios de comunicación, en especial la televisión, ocultan las llagas, esconden las cuitas, encubren las necesidades primarias del ser humano? Vemos la pantalla y ella nos da “felicidad”; vemos la pantalla y los presentadores nos inoculan enseñanzas básicas: cómo ser felices, a pesar de la tristeza, de nuestra tristeza, a pesar de la pobreza, de nuestra pobreza. Pero no nos observan, no nos conocen, no nos dan un espacio de su pantalla. Galeano lo argumenta con palabras exactas, con frases precisas: “Los grandes medios, que inventamos para comunicarnos, no nos escuchan ni nos ven”.
VIII
Espejos. Una historia casi universal, es una ventana que nos abre el nosotros, un espacio donde nos podemos ver: quiénes hemos sido, quiénes somos, hasta dónde nos hemos callado…, hasta dónde nos hemos engañado. Galeano llena de ironía sus palabras, pero no solamente de ella: las llena también de poesía. Y describe lo que hemos matado y lo que hemos creado, lo que hemos silenciado y lo que hemos gritado. Y a pesar de la melancolía, de ver, por todas partes, injusticias, desigualdades, “representantes populares” que mienten y que quieren privatizar lo poco que queda de soberanía y de riquezas nacionales, a pesar de todo, hay esperanza, una esperanza que nace y renace al mirarnos, al observarnos, al conocernos.
Y también hay, en Espejos, esas miradas que debemos tener siempre presentes, miradas que nos dan congruencia, miradas que nos dan esperanzas, miradas que nos dan energías para continuar luchando por un mundo más justo, más igualitario: mejor. Miradas como las que describe Galeano en la viñeta intitulada “El nacedor”: “¿Por qué será que el Che tiene esa peligrosa costumbre de seguir naciendo? Cuanto más lo manipulan, cuanto más lo traicionan, más nace. Él es el más nacedor de todos. ¿No será que el Che decía lo que pensaba, y hacía lo que decía? ¿No será que por eso sigue siendo tan extraordinario, en un mundo donde las palabras y los hechos muy rara vez se encuentran, y cuando se encuentran no se saludan, porque no se reconocen?”
Espejos. Una historia casi universal, es una invitación a mirarnos, entendernos y comprendernos. Y claro, como todo lo que escribe Eduardo Galeano, es una invitación a empuñar las manos y seguir gritando “nosotros decimos no”.