jueves, marzo 29, 2007

Artículo El Occidental 25/03/2007

López Obrador y la Convención Nacional Democrática

Jorge Gómez Naredo


Le apostaron al desgaste, a la inveterada costumbre del pueblo mexicano al olvido; a una campaña de desprestigio en contra del movimiento encabezado por Andrés Manuel López Obrador. Le apostaron al “posicionamiento” mediático de Felipe Calderón como presidente fuerte y legal; a los medios de comunicación masivos (especialmente a los electrónicos) para silenciar toda actividad que realiza el gobierno legítimo y la oposición. Le apostaron a todo y no escatimaron ni recursos ni influencias para lograr sus objetivos. Estuvieron de acuerdo los dueños de las televisoras –Emilio Azcárraga Jean y Ricardo Salinas Pliego–, los presidentes del PAN, PRI, PANAL y PASC, los potentados, quienes invirtieron en la campaña electoral de Felipe Calderón. Y a pesar de todo, el movimiento lopezobradorista está vivo, se mueve y se manifiesta.

Millones de personas tienen sus miras puestas en la segunda asamblea de la Convención Nacional Democrática. Y es totalmente normal. ¿Qué sería de México si no existieran este tipo de manifestaciones?, ¿qué harían millones de mexicanos sin la esperanza de ver a López Obrador como presidente?, ¿qué detendría la ira del México bronco ante la usurpación del poder ejecutivo? Cuando se concretó el fraude electoral el 2 de julio, la derecha y los dueños del dinero envidaron la estabilidad nacional. Hubo momentos en que el país estuvo a un paso del estallido social violento. Miles de personas, llenas de frustración ante el robo, pensaron más de una vez en llevar a cabo medidas mucho más drásticas que un plantón en la ciudad de México: se habló de guerrilla, de armas y de atentados. La desesperanza se transformó en odio ante quienes realizaron el fraude electoral: los ánimos encendidos hubieran fácilmente provocado violencia y descontrol, represión, lucha fratricida, sangre, lágrimas, dolor.

Le postura de Andrés Manuel López Obrador fue, sin embargo, de moderación. No llamó al pueblo a las armas (y de verdad, millones de personas lo hubieran seguido y este país se hubiera sumido en una nueva guerra civil), pero tampoco fue débil y timorato como Cuauhtémoc Cárdenas cuando, en 1988, le robaron el triunfo obtenido en las urnas. AMLO y buena parte del pueblo de México prefirieron la lucha pacífica, la inteligencia y la arena política: por eso se realizó la Convención Nacional Democrática y ésta nombró presidente legítimo a López Obrador (es una nefanda mentira, como dice la derecha, que AMLO se “autoproclamó”). Fue una válvula de escape, sin duda, al odio, al rencor y al recelo de un pueblo expoliado.

La derecha ha buscado estigmatizar a López Obrador como un loco, megalómano, irresponsable y mal perdedor. Sin embargo, se le olvida a esta irracional derecha que fue él, López Obrador, y nadie más, quien detuvo el estallido social. Los malos perdedores son Felipe Calderón y el PAN; megalómano fue el gobierno que encabezó Vicente Fox; irresponsables son los empresarios que se creen dueños del país y que apoyaron el fraude electoral. No entienden, no quieren comprender que la Convención Nacional Democrática es una válvula de escape ante la desesperanza, el robo, la humillación provocada por quienes decidieron abolir los pequeños avances democráticos.

Pero la Convención significa más: es el aliento, la esperanza, el creer en algo. Al mismo tiempo, es un semillero de ideas y una fuerza motriz que busca cambiar a México, que lo quiere rescatar. Nuevamente la derecha se llena de miedos. Calderón, tan débil y manipulable como siempre, no sabe qué hacer. El pueblo decide, se organiza y busca derrotar a quienes lo expoliaron y lo robaron. Por eso en los medios de comunicación continúan los ataques (muchos “analistas políticos” –un día sí y el otro también– atacan a AMLO) y se montan campañas mediáticas para continuar el montaje de un presidente que dizque tiene control de lo que pasa. Por eso se pagan más facturas (Elba Esther Gordillo se llena de “regalos”) y se busca, a como dé lugar, el apoyo de quien sea. El miedo es mucho, y no es para menos: un pueblo despojado, lleno de carencias y harto de mentiras e hipocresía es, no cabe la menor duda, de temer. Seguramente, en estos momentos, el presunto ganador en las elecciones presidenciales estará temblando (resguardado por un cerco policíaco-militar que se parece mucho a una jaula, a una jaula de oro) en Los Pinos; mientras, en el zócalo, el supuesto perdedor estará lleno de energías y vitoreado por el pueblo ¡Vaya diferencias!