domingo, marzo 11, 2007

Artículo El Occidental 11/03/2007

De ricos y pobreza

Jorge Gómez Naredo

Según la revista Forbes, que periódicamente hace un análisis de las fortunas de los multimillonarios en el mundo, Carlos Slim Helú incrementó su capital el año pasado en 19 mil millones de dólares y logró amasar en total la cantidad de 49 mil millones, solamente superado por Billes Gates, fundador de Microsoft (que cuenta con 56 mil millones) y por Warren Buffett (con capital de 52 mil).


Carlos Slim es el hombre más rico de América Latina y el tercero más acaudalado del mundo. Muchos “analistas financieros” harán fiestas ante el incremento económico de la fortuna del magnate mexicano y lo pondrán como un paradigma en el mundo de los negocios; algunos quizá hasta en santo lo querrán convertir y muchos lo pondrán como ejemplo para el empresario mexicano. Sin embargo, los datos emitidos por la revista Forbes solamente muestran la desigualdad existente en el país, donde un hombre tiene absolutamente todo y millones carecen de lo mínimo indispensable.


¡49 mil millones de dólares! Dicha cantidad no dice nada a la “gente común” porque simple y llanamente no se puede imaginar tanto dinero, porque sus cuentas se hacen en pequeñas cantidades y no en miles de millones de dólares. No cabe duda que Slim es un empresario sagaz que ha sabido aprovechar los momentos de coyuntura económica en México. Compró empresas paraestatales a precio de ganga cuando debió hacerlo y ha sabido diversificar sus negocios. Conoce a la clase política mexicana, cabildea cuando es necesario y benéfico para sus negocios; en pocas palabras, es el dueño del país. Nadie le puede decir “no” y su influencia en las decisiones político-económicas es indiscutible y determinante.


Por otro lado, la empresa mexicana Cemex, encabezada por Lorenzo Zambrano, está negociando la comprar de la cementera australiana Rinker Group Ltd. valuada en 11 mil 700 millones de dólares. De concretarse la venta, el grupo mexicano se convertirá en el mayor productor mundial en el ramo. Muchos “analistas financieros” alabarán, zalameramente, la sagacidad del consorcio neoleonés y será colocado como un nuevo paradigma empresarial para los mexicanos. Dirán: “si Slim o Zambrano lo pudieron hacer, por qué no cualquier mexicano”.


El problema no son los ricos ni sus fortunas, no se trata de capacidades financieras en el país, ni de si existen verdaderos “hombres de negocios” en México, el verdadero problema es la desigualdad y la injusticia. ¿Cómo un país puede ser viable si, por un lado, tiene al tercer hombre más rico del mundo y, por el otro, a más de sesenta millones de personas viviendo en la pobreza (más del 50% de la población)?


La clase empresarial tiene también sus clases, aunque el concepto de “clase” acuñado por Carlos Marx les produzca escozor y aunque hablar de “luchas de clases” y de burgueses y proletarios para ellos sea cosa del pasado. Dentro del empresariado mexicano están los empresarios de primer nivel, Carlos Slim, Emilio Azcárraga Jean, Salinas Pliego, los dueños de Cemex... y, por el otro, los pequeños empresarios, aquellos que con duras penas sostienen su negocio, que luchan día a día por la falta de apoyos al mercado interno. Es ahí donde la injusticia y desigualdad tan características en México se insertan en la clase empresarial.


Carlos Slim es el hombre más rico de México y de América Latina y el tercer millonario del mundo; junto a él, a unos cuantos kilómetros de distancia de su hogar, habitan millones de personas que no tienen para sobrevivir, que viven con menos de un dólar al día. No existe trabajo digno y bien remunerado para los jóvenes, y los ancianos que dieron su mano de obra durante tantos años generalmente no tienen una vejez digna y justa. ¿Hacia dónde se dirige México? Tenía razón Carlos Slim al decir que México es un país “kafkiano”, y él es uno de sus protagonistas, junto con millones de pobres que, pese a su desfavorable condición y gracias a las televisoras y a la desinformación, siguen votando por los partidos y los candidatos que generan mayor desigualdad y no justicia y dignidad, las cuales, sin lugar a dudas, no se regalan, sino se ganan.