lunes, mayo 21, 2007

Artículo El Occidental 21/05/2007

La televisión: un mundo feliz

Jorge Gómez Naredo


En la televisión, la realidad siempre tiene un toque de bondad, una sonrisa. Es una especie de ocultamiento de lo negro, un lugar donde solamente lo blanco nace, crece y se trasmite a través de una pantalla para que la gente, el pueblo, todos, lo vean. A veces no se puede encerrar la verdad en el silencio y en las reuniones de los altos mandos de las televisoras se decide “mostrar” algo no muy grato. Ejemplos hay muchos, muchísimos; una muestra son los noticieros del canal local de Televisa, en los cuales una buena parte de sus notas son las conocidas como “rojas”, es decir, choques, atropellamientos, asaltos y asesinatos: una copia de esa emblemática revista ochentera llamada “Alarma”, pero en televisión.

Sin embargo, lo “malo” (asesinatos, ejecuciones..., el morbo, pues) que se muestra en la televisión, es nada más un poquito, un casi nada y sirve como medida de distracción en los noticieros. Lo demás es felicidad, caras sonrientes, cuerpos esculturales (la mayoría de las veces mujeres) para ser observados, al otro lado de la pantalla, por el espectador taciturno, dócil y manipulable. No faltan los “chismes” del espectáculo, donde los “famosos” (un reducidísimo grupo de la sociedad mexicana) se casan, se divorcian, engañan, son felices, son tristes, lloran, se emborrachan, se rehabilitan de adicciones a las drogas y un sinfín de acciones más. También, a diario, en las pantallas de televisión, se busca vender. Quizá esa sea la labor más importante en la utilización actual de este medio de información: vender, vender, vender. De ello se vive, pues la publicidad es lo más importante en las estrategias que siguen los empresarios de las televisoras.

Entre los “anunciantes” en la pantalla aparecen, además de las empresas comerciales, los gobiernos municipales, estatales y federales, los poderes judicial y legislativo. Durante el día se pueden observar cientos de espots que nos dicen y nos tratan de aleccionar sobre el buen funcionamiento del país. Son campañas mediáticas para que los representantes populares se comuniquen con el pueblo, con la sociedad, con los representados. Antes, los gobernantes diversificaban su publicidad en distintos medios de comunicación, como los radiofónicos y los impresos; sin embargo, desde hace ya varios años se ha privilegiado a la televisión como el medio más “eficaz” para hacerse escuchar, para dejarse ver y mostrar su logros, sus hazañas y sus perspectivas. Ello fue un fenómeno claro en las pasadas elecciones federales, pues los partidos políticos invirtieron el 82% de sus recursos de publicidad en televisión, mientras que a los medios impresos les destinaron solamente el 1%. Es decir, se utiliza a discreción y de una manera facciosa la asignación de publicidad gubernamental. Los medios que más ingresos reciben son, sobra decirlo, los más dóciles, los gobiernistas y quienes no tienen empacho en legitimar fraudes electorales y en ocultar la realidad del país.

Desde la llegada de Felipe Calderón a la presidencia, en las pantallas de televisión se ha desplegado una campaña mediática para tratar, por un lado, de legitimar un gobierno que arribó al poder a través de un fraude y para, por otro, mostrar al ejército como una institución pura y límpida que salvará de la delincuencia organizada a la patria. Estas campañas mediáticas, que en algunos sectores de la sociedad tienen efecto, nos muestran una realidad deformada.

En días pasados apareció un espot en el cual una familia (padre, madre y una pequeña) es detenida en la carretera por elementos del ejército para ser revisados. Después de pasar un amable registro, la niña le regala a un militar un osito de peluche porque ellos, las fuerzas castrenses, “defienden” a los mexicanos. Esta manera de observar la realidad del país es una deformación, pues se olvida que el ejército no debe realizar labores policíacas, que los excesos (violaciones sexuales, a las garantías constitucionales y a los derechos humanos, golpizas y demás lindezas) están a la orden del día y que la incorporación a la labor policíaca de los militares ha sido un desastre.

Pero la televisión (los programas y los espots) muestra lo bueno y oculta lo malo. Es decir, si alguien quiere ser parte de un mundo donde todo va bien, donde tenemos un gobierno digno y legítimo, donde la corrupción es poca y la seguridad mucha, es decir, un mundo feliz y sin cuitas, es fácil lograrlo: basta con apretar el boto de encendido de la televisión.