domingo, enero 07, 2007

Artículo El Occidental 07/01/2007

Guerra contra el narcotráfico, ¿simulación?

Jorge Gómez Naredo

La televisión muestra las imágenes de efectivos del ejército, de la Policía Federal Preventiva (PFP) –policía creada con elementos castrenses–, de la Agencia Federal de Investigaciones (AFI), de las policías estatales y municipales, en fin, de toda corporación punitiva, en operativos de “gran escala”: encontraron fosas con cadáveres, hay detenidos, huyen los “malechores”, hay investigaciones que pronto darán resultados. Se repiten los logros en cada canal de televisión, en la radio, en buena parte de los periódicos. Francisco Ramírez Acuña, secretario de gobernación gris (como lo fue en la gubernatura de Jalisco) declara una guerra (o combate) a la delincuencia. Todo pasa en la televisión. Los presentadores anuncian con bombo y platillo: “primero Michoacán, después Tijuana y Sinaloa, ahora Guerrero”. Quien ordenó la represión el 28 de mayo de 2004 y sigue sin castigo, Ramírez Acuña, menciona que se irá paso por paso, estado por estado.

La delincuencia organizada, sin duda, es uno de los graves problemas del país. Hay muertes por doquier, pues los cárteles de la droga luchan por mantener el control de zonas de influencia, de mercados y pasos para transitar su mercancía. Un negocio criminalizado es siempre violento, recordemos los años aciagos de la prohibición de alcohol en Estados Unidos, la época de los grandes capos, de los asesinatos indiscriminados, de la corrupción al por mayor; una época, cabe señalar, de pobreza, la famosa crisis de 1929, el desmoronamiento de la bolsa de valores de Nueva York, el período de entreguerras, en fin, tiempos de miseria y desempleo en el vecino país del norte.

En México, en la actualidad, el narcotráfico es un problema grave y, como tal, la solución del mismo es muy compleja. No se trata solamente de encarcelar, perseguir e infundir miedo. Es mucho más difícil. Por eso, cualquier solución no se tiene que restringir a un sólo mecanismo de saneamiento. No se trata de mostrar imágenes de fuerza en la televisión, de dejar “a los que saben” (según declaraciones del gris secretario de gobernación) la solución del conflicto.

En principio, se debe entender que hay narcotráfico porque existe un mercado. Ello internacionaliza el problema. Si en Estados Unidos no se trata de erradicar el consumo de drogas, seguirán llegando los cargamentos por más vigilancia que se ponga en la frontera. Asimismo, es un negocio rentable y, cuando se da en un país con altos índices de pobreza extrema, es lógica la existencia de muchas personas decididas a participar en él. El narcotráfico maneja dinero, mucho dinero. En un país donde los casos de corrupción no se castigan, donde existen funcionarios que se enriquecen al amparo del poder y del tráfico de influencias, donde el presidente ganó la elección gracias a un fraude y a muchas negociaciones venales, ¿qué podemos esperar de las autoridades menores, de la policía que vigila?

El problema del narcotráfico no se solucionará con operativos militares aparatosos, mediáticamente rentables y políticamente utilizables. Es un problema mucho más complejo: implica puntos de acuerdo entre varios países de la región, combate a la corrupción, calidad ética de las autoridades que llevan a cabo los operativos, además, claro está, de inteligencia. De todas estas características carece el actual gobierno. Por eso, mientras no se ataquen las causas del narcotráfico (los mercados, la corrupción, la pobreza, etcétera), seguirán existiendo grandes capos, lucha entre cárteles y escalada de violencia. Pero a este gobierno que llegó a través de un fraude todo ello no le importa; su intención es mostrar un estado fuerte, un presidente decidido y muchas armas. La debilidad se oculta, siempre, con la fuerza. Es decir, seguimos en el país de la simulación.