lunes, diciembre 04, 2006

1° de diciembre: crónica de una marcha en contra de la imposición

Texto aperecido en La Jornada Jalisco 02/12/2006
Multitudinaria marcha en la ciudad de México

* Nutrida respuesta a la convocatoria de AMLO para protestar contra Felipe Calderón.
* “Espurio, espurio, espurio”, la consigna más utilizada.

Jorge Gómez Naredo
Una vez más el zócalo se llenó de almas, miradas, voces, cánticos, consignas y enojo. La cita era a las siete de la mañana, pero pocas personas llegaron puntuales; sin embargo, a las ocho en punto, la plaza pública más grande de México ya estaba completamente llena. Un conjunto de música tradicional michoacana cantaba temas de lucha social; los desmañanados escuchaban atentos, mentando madres cuando se mencionaba a los poderosos o a los panistas. Jesusa Rodríguez, en los intervalos de cada pieza musical, informaba de la situación en San Lázaro: “los diputados del Frente Amplio Progresista (FAP) están a la altura de las circunstancias”; inmediatamente los presentes, de manera espontánea, gritaron: “no están solos, no están solos”. Pocas veces en México se había visto que el pueblo apoyara a sus representantes políticos, que los sintiera suyos, cercanos, defendiendo sus derechos y enojos, sus perspectivas y esperanzas.

Cuando Andrés Manuel López Obrador subió al estrado, las voces que la mayoría de los medios de comunicación tradicionales han silenciado, gritaron y gritaron fuerte, con ansias, enojo e indignación, pero también con apoyo y solidaridad: su presidente legítimo estaba ahí, en la plaza, junto a ellos. En uno de sus discursos más enérgicos, López Obrador sentenció (avizorando la “mano dura” del gobierno calderonista): “Pero que se entienda bien, todo tiene un límite; y como ya lo dije, no vamos a permitir el autoritarismo, queremos la democracia en México, la democracia verdadera”. Las miles de gargantas reunidas no pudieron expresar otra cosa “duro, duro, duro”, seguido del himno de todas las manifestaciones: “El pueblo, unido, jamás será vencido”.

A diferencia del 16 de septiembre, cuando se decidió no marchar ni asistir a las inmediaciones del Palacio de San Lázaro (que estaba tomado por la Policía Federal Preventiva), en esta ocasión las circunstancias eran otras, pues no debía quedar la protesta en una concentración, si bien multitudinaria, solamente visible en el zócalo capitalino. López Obrador lo resumió en una frase: “ésta es una protesta fundamental”; el enojo no podía reducirse a un mitin, había que marchar, y así se propuso, desde el zócalo hasta el bosque de Chapultepec. Los lopezobradoristas, al oír a su líder, respondieron alegres y enérgicos: “sí, sí, sí”, y comenzaron a prepararse para una caminata larga. Antes de iniciar la multitudinaria manifestación, el presidente legítimo de México insistió: “lo vamos a hacer como todos nuestros actos de protesta: de manera pacífica”, impidiendo que los infiltrados y provocadores tuvieran campo de acción. Millones de pasos iniciaron el recorrido por las avenidas 5 de mayo, Madero y Juárez rumbo a Paseo de la Reforma.

Miles de personas marcharon y no hubo altercados ni vidrios rotos ni reyertas ni golpes. Todo pacífico, con energía y enojo, pero siempre dentro del tan lisonjeado por los panistas “estado de derecho”. La concentración en el zócalo y la posterior marcha fueron, sin duda, un triunfo contra el miedo. La víspera, varios locutores radiofónicos cercanos a la derecha habían comenzado a atemorizar a la ciudadanía diciendo “no salgan, será peligroso”. Pero nada sirvió. En cuanto la marcha comenzó y se supo de la relampagueante toma de posesión de Felipe Calderón (entró por atrás, protestó –bajo un cúmulo de gritos de enojo y reclamos–, cantó el himno nacional y salió corriendo nuevamente por la parte de atrás), miles y miles de personas se fueron uniendo al contingente. El miedo había sido vencido y las consignas imaginativas se coreaban con gusto y alegría. La inventiva popular, como siempre, sorprendió a propios y extraños; para muestra basta botón: “Ya vamos, llegando / y el pelele está temblando”.

Paseo de la Reforma se llenó, en sus cuatro carriles, por los olvidados de los medios de comunicación tradicionales. Las imágenes eran elocuentes: cientos de miles de personas alegres y pacíficas, coreando amor y solidaridad a su presidente legítimo. Mientras tanto, el supuesto presidente “legal” se encontraba entre toletes, gases lacrimógenos, policías armados, efectivos de la marina y unos diputados oligárquicos y racistas. Sin duda estampas inolvidables y (siguiendo el caudal literario de Carlos Slim) kafkianas. Las calles pletóricas de personas indignadas por la imposición de Felipe Calderón han mostrado y evidenciado el fraude electoral, ¿cómo es posible que el “candidato ganador” no pueda salir a la vía pública por miedo a las constantes protestas y, el “candidato perdedor”, aglutine a cientos de miles de personas y recorra el país sin incidente alguno?

Mientras Felipe Calderón era repudiado en San Lázaro y se encaminaba al auditorio nacional bajo un impresionante operativo de seguridad, acompañado sólo por sus allegados (ningún seguidor), empresarios y miembros “distinguidos” de la sociedad, López Obrador caminaba por Paseo de la Reforma y recibía el aprecio del pueblo: “no te dejes”, “no nos falles”, “estamos contigo”, “duro, duro, duro”. Los saludos no se hacían esperar y las cámaras fotográficas reportaban cientos de pinchazos por minuto: todos querían tener, de una u otra forma, un recuerdo del presidente legítimo, una foto para presumir, para mostrar, para sentirse orgulloso de ella y seguir luchando, para ser parte de la historia junto con él. Así de simple, porque las muestras de apoyo y la entrega del pueblo suelen ser simples, pero conmovedoras.

El contingente se detuvo en Circuito Interior. Cientos de vallas metálicas impedían el paso. Faltaba todavía mucho para llegar al auditorio nacional, pero el miedo de los “legales” y los “defensores del estado de derecho” era tanto como la cantidad de policía federal resguardando al “ganador” de las elecciones. En un tráiler convertido en escenario hablaron los presidentes del PT y del PRD; vino después la intervención de Rosario Ibarra, senadora del FAP, quien hizo una crónica de lo sucedido, minutos antes, en la cámara de diputados: “tuvo que subir Felipe Calderón a una tribuna llena de panistas, custodiados por el Estado Mayor Presidencial y la PFP. Entró por la puerta de atrás y salió por la puerta de atrás. ¡Solamente estuvo tres minutos! No se escuchó absolutamente nada de lo que dijo cuando dizque tomó protesta porque todos los diputados del FAP gritamos ‘espurio, espurio, espurio’”. Espontáneamente, miles de gargantas comenzaron a corear: “espurio, espurio, espurio”. Allá, en el auditorio nacional, Felipe Calderón presentaba sus propuestas buscando “rebasar” por la izquierda a la izquierda, pero en su cabeza, seguramente, todavía estaba fresca esa palabra tan contundente: “espurio”. Rosario Ibarra concluyó sin ambages: “Vergüenza le había de dar a ese señor que está aquí cerca; debería de darse una asomadita, debería de venir, para ver lo que es pueblo, para ver lo que es triunfo, para que vea quién es el verdadero presidente de este país”.

López Obrador, en su discurso, habló de la histórica lucha del pueblo mexicano por lograr la justicia y el bienestar. Los asistentes comenzaron a sentir una sensación extraña: sabían que ellos eran los que hoy, en 2006, hacían la historia. Y tomaban conciencia de ello, de su labor para construir una patria más justa y con mayor igualdad, para ser parte de la historia desde abajo. La jornada del 1° de diciembre mostró, más que una toma de posesión enrevesada o una estrategia por continuar la simulación a través de los medios de comunicación tradicionales, una verdadera lucha por el reestablecimiento del régimen democrático. Por un lado, el presidente “legal”, resguardado por miles de efectivos policíacos y militares; y, por el otro, un presidente legítimo que sin miedo le habla al pueblo, marcha con el pueblo y es vitoreado por cientos de miles de gargantas. Aunque en las televisoras y en buena parte de las radiodifusoras y de la prensa escrita, Felipe Calderón comienza un sexenio de buenos propósitos y de “conciliación”, abajo, en la calle, con el pueblo, se sabe que comienza no una nueva gestión, sino una lucha por reinstalar el régimen democrático y una carrera contrarreloj para la caída, estrepitosa, de un individuo impuesto por el dinero y la mentira.

Miles de personas regresaban al zócalo. La marcha había concluido, la batalla había sido ganada: aquellos que apostaron al desgaste del movimiento se equivocaron, pues está más vivo, más encolerizado, más maduro y con más fuerzas que nunca, y lo demuestra la multitud que marchó por Paseo de la Reforma. Entre tanto, las cercas, las vallas, los toletes y los gases lacrimógenos se comenzaron a guardar, pero no por mucho tiempo, porque Felipe Calderón tendrá que salir, y cuando lo haga, la consigna “espurio, espurio, espurio”, comenzará a ser gritada de nuevo.