domingo, noviembre 05, 2006

Artículo La Jornada Jalisco 05/11/2006

Oaxaca nos enseña...

Jorge Gómez Naredo

Oaxaca nos ha puesto un ejemplo de tesón, dignidad y firmeza: nos ha abierto los ojos mostrando a todo México y al mundo que la lucha y la organización dan frutos cuando se persiguen causas justas y nobles. Si bien es cierto que el combate frente a frente, con piedras, palos, clavos, bombas caseras y con el cuerpo, no es el escenario soñado en un país dizque democrático, también es verdad que los grandes logros para el pueblo no se realizan con ir a votar, salir muy contento y decir: “me olvido de lo demás”; por supuesto que no. Oaxaca 2006 nos ha aleccionado y nos susurra al oído que la democracia no es cosa de un día, que a ella se llega cada jornada, a todas horas, en todo momento, con la voz, el puño, la cabeza, la inteligencia..., con el corazón.

Muchas enseñanzas nos ha mostrado el desenvolvimiento del conflicto en Oaxaca; la primera de ellas es, sin duda, la intolerancia de los cacicazgos sureños priístas y la ausencia de mecanismos para deponer a gobernantes que no cumplen con su función primigenia: el beneficio de las mayorías. Resulta aberrante que el maridaje conformado por el PAN y el PRI exhiba una total insensibilidad hacia demandas generalizadas. El inicio de la solución al conflicto pasa forzosamente por la salida de Ulises Ruiz de la gubernatura. Sin embargo, el empecinamiento por mantenerlo en el poder (favor que el PRI pagará al PAN con un 1° de diciembre terso y zalamero) los ha llevado al asesinato, la tortura, la desaparición, en pocas palabras, a la guerra sucia que creíamos desaparecida.

Al mismo tiempo, Oaxaca ha evidenciado la putrefacción del antaño partido opositor, Acción Nacional, que en aras de mantener el poder e imponer a un presidente espurio, decidió pactar con líderes tan corruptos como Ulises Ruiz. La venalidad y la desfachatez han entrado por la puerta grande en el blanquiazul y sabemos, hoy, que sus discursos democráticos son tosca demagogia. El gobierno del autonombrado “cambio” es una continuación, cargada hacia la derecha, del régimen priísta; las siglas son distintas, pero los métodos de intimidación y represión siguen siendo los mismos.

Es inadmisible que en un país que era, por fin, vitoreado de democrático hace algunos años, existan casos como los del gobierno de la ciudad de Querétaro (panista), en que sin ambages, un funcionario declaró sobre posibles manifestaciones en favor de la APPO: “La decisión que hemos tomado es, inmediatamente en cuanto haya ‘focos amarillos’, actuar para que no se desborde [sic]; cuidamos [la] paz social y [la] tranquilidad, no nos va a temblar la mano para actuar cuando se necesite”. La protesta queda criminalizada y cualquier acto de solidaridad es reprimido; ¿esto acaso es un país democrático, donde a nadie se le persigue por decir lo que piensa? Otro caso de intolerancia se está dando en Jalisco: el quisco de la ciudad de Guadalajara continúa tomado por granaderos, impidiendo el libre tránsito a un espacio que se supone es libre. La “mano dura” como ley, como regla, como solución a los conflictos y las inconformidades, una mano dura aplicada por gobiernos, muchas veces, elegidos fraudulentamente y con el apoyo de los medios de comunicación masivos, los cuales, reciben grandes beneficios de esos “democráticos” funcionarios públicos.

Pero hay esperanzas: el pueblo oaxaqueño nos lo ha dicho con los hechos, no con las palabras. Protestar y manifestarse no es un delito, es un derecho y debe ser utilizado y defendido por la población; si dejamos pasar a los gobernantes intolerantes del PAN y el PRI, un día estaremos envueltos en el miedo y no podremos expresar nuestros pensamientos, ideas y disconformidades. Oaxaca nos ha mostrado que con un medio de comunicación veraz y crítico (como radio universidad, manejada por estudiantes, académicos y miembros de la APPO), se puede concienciar a la población y enfrentar a la fuerza pública, al poder del estado represor. Aprendamos de Oaxaca, de los oaxaqueños, de los hombres que un día decidieron ser libres y buscan hoy nuevas formas de participar políticamente. ¿Cuántos Oaxacas estarán, ya, prontos a estallar en tantos estados de la república? ¿Cuánto tiempo resistirá una presidencia ilegítima? ¿Cuántos días soportará la presión de millones de voces alzadas ese licenciado chaparrito, de lentes y pelón? ¿Cuántas muertes y lágrimas habremos de sufrir para que un día, sin miedo, nos digamos: “México es democrático”?