domingo, noviembre 05, 2006

Artículo El Occidental 05/11/2006

Oaxaca y Jalisco

Jorge Gómez Naredo

Los oaxaqueños. Nos enseñaron el valor de la dignidad y cuánto cuesta ser valiente; nos mostraron los caminos de la protesta y la presión social, qué significa tener al pueblo junto, cercano, empuñando el mismo ideal. Oaxaca hoy es mucho: para algunos, influenciados por la televisión (desgraciadamente, en Guadalajara, los más), el solo nombre del estado sureño recuerda violencia e irracionalidad de unos supuestos grupos “revoltosos”; para otros, en cambio, Oaxaca representa un ejemplo de cómo luchar contra un gobierno autoritario, corrupto e ilegal.

¿Por qué una demanda se convierte en irrenunciable?; ¿por qué Ulises Ruiz tiene que dimitir para iniciar los arreglos y el diálogo? Simple: el pueblo oaxaqueño ha acumulado, a través de los años, los lustros y las décadas, una indignación contra el superior y los gobiernos priístas, contra la pobreza y la humillación, contra el siempre perder y el autoritarismo; contra la desigualdad y la enfermedad de ser eternamente manso, dócil y sumiso. Por eso Oaxaca estalla y lo hace con tanta furia: una petición magisterial sale de control y le llega al pueblo; todo después se transforma raudamente. Los amarres políticos de las cúpulas no son suficientes para detener el encono producido por largos años de humillación. Así comenzó el Oaxaca de hoy..., ¿cuántos nuevos Oaxacas tendrá México en un futuro cercano?

La APPO nos está enseñando el valor de la dignidad, no cabe la menor duda. En Jalisco, tierra de conservadores yunquistas e intolerantes panistas, comienzan a surgir destellos de indignación. El pasado 31 de octubre, en la plaza de armas, un grupo de manifestantes a favor de la paz y la justicia en Oaxaca, intentó ingresar al quiosco, ese quiosco del pueblo y para el pueblo que fue robado por la policía. Los granaderos estatales (aquéllos que humillaron y golpearon a cientos de jóvenes en mayo de 2004) lo impidieron. Hubo una pequeña gresca y empellones que no pasaron a mayores, pero la irritación se vio, se sintió, se olió. Al día siguiente, en una marcha silenciosa, se encerró con papel de baño a los granaderos en el quiosco; fue una protesta pacífica y el mensaje quedó claro: se quiere el quiosco para el pueblo, no privatizado por los granaderos.

Oaxaca era, hasta hace algunos meses, un estado lleno de represión y con miedo; la gente no podía protestar, pues los golpes y la intransigencia de los priístas salían rápidamente a relucir. ¿Qué pasó? Una pequeña demanda mal atendida desencadenó una protesta de dimensiones pocas veces vista en México y se perdió el temor. ¿Eso puede pasar en Jalisco? No lo dudemos. La intimidación y la intolerancia de los gobiernos panistas se dejan sentir: no hay espacio para la protesta ni lugares donde se puedan manifestar libremente las ideas; muchos luchadores sociales son rápidamente intimidados y perseguidos. Lo único que están produciendo los gobiernos estatal y municipales es, día a día, acumular el resentimiento y la necesidad de reclamar. Parecería que Jalisco es un lugar donde las contradicciones sociales no existen y que todos, absolutamente todos, vivimos en paz y con felicidad: ¡no hay mentira más absurda! Se infunde miedo en la población (una especie de guerra sucia) y cualquier acto contra los “ideales jaliscienses” de paz y concordia es visto como delito; marchar y cerrar una vialidad se convierten en las peores sangrías que se le pueden hacer al pueblo “benévolo”; la televisión local (con sus decadentes presentadores que, con muchos trabajos, logran hilar una frase sin errores de sintaxis) se presta con gusto a crear un ambiente de intolerancia.

Vale la pena reflexionar sobre lo que sucede en Oaxaca y cómo estamos aquí, en Guadalajara, en Jalisco. Si pensamos y somos críticos, encontraremos muchas semejanzas y, quizá, un día no muy lejano, la humillación y las vejaciones produzcan, por qué no, movimientos sociales tan bien estructurados como el de la APPO.