martes, septiembre 19, 2006

Artículo de La Jornada Jalisco (17/09/2006)

México en reconstrucción: la Convención Nacional Democrática

Jorge Gómez Naredo

Hace algunos días al coordinador de la bancada priísta, Emilio Gamboa Patrón, ex-secretario de comunicación y transportes en el salinato y hasta hace poco senador que con ahínco y tesón apoyó una de las reformas más gravosas a la libertad de expresión (la llamada ley Televisa), se le escuchó en una conversación con Kamel Nacif, empresario ligado a actos de corrupción con varios gobernadores (especialmente con Mario Marín, el de Puebla) y a delitos de prostitución infantil. En la charla telefónica se escucha claramente el tráfico de influencias, pero ¿qué pasó?, ¿cuál fue la respuesta del gobierno federal?, ¿dónde quedaron los defensores del “estado de derecho”? No hubo nada. Gamboa Patrón seguirá, muy campante, dirigiendo a los diputados del PRI, vendiendo su voto al PAN y “representando” a los ciudadanos como una opción de fingido “centro”.
Este episodio, que debería ser motivo de la renuncia del diputado y de una investigación judicial, ha quedado ya olvidado. Volverá Gamboa Patrón a la tribuna de San Lázaro y, en sus discursos, defenderá el “estado de derecho” y la limpidez del sistema actual, de sus instituciones y de sus representantes. ¿Dónde quedó el PAN y su supuesta lucha contra la corrupción? ¿Dónde Vicente Fox y el dizque presidente electo Felipe Calderón, quienes dijeron y dicen: “mano dura” a la corrupción? ¿Dónde quedaron los defensores del “estado de derecho”?
¿Acaso México puede subsistir con este nivel de corrupción, donde personajes como Santiago Creel, Mario Marín, Ulises Ruiz y una innumerable lista de corruptos “representantes populares” quedan libres después de crasos actos de corrupción y ocupando puestos de representación? ¿Cuándo se castigará a los jueces electorales que legalizaron un proceso presidencial fraudulento? ¿Cuándo veremos a los delincuentes de cuello blanco tras las rejas? No se puede seguir así porque, día a día, las instituciones demuestran más su ineficiencia y porque, en la población, en los pobres de este país, las esperanzas de mejorar su condición por la vía democrática y pacífica se esfuman.
Por eso la Convención Nacional Democrática (CND), convocada por Andrés Manuel López Obrador, es una válvula de escape y una esperanza para millones de personas que no creen ya en los discursos demagógicos del PAN y del PRI. ¿Para qué queremos un IFE, que en esencia es una institución encomiable, pero que en la práctica fungió, en los pasados comicios, como una oficina más de Acción Nacional? ¿Para qué queremos un Tribunal Electoral dizque impoluto, si hay evidencias irrefutables de su proceder ilegal en favor de Felipe Calderón? Las instituciones, en esencia, no son el lastre del país: lo que verdaderamente afecta es que, en los puestos altos de dichas instituciones, se encuentren personajes corruptos y maquiavélicos, como, por ejemplo, Francisco Ramírez Acuña, quien ahora busca, a como dé lugar, la secretaría de gobernación de un gabinete espurio.
Pero la CND no tiene el camino fácil. Quienes están destruyendo la institucionalidad mexicana han pasado nuevamente a la ofensiva. El caso más esclarecedor es el del ex-guerrillero (¿se acordará de esos días cuando luchaba por la justicia?) y hoy vocero de un gobierno de ultraderecha, Rubén Aguilar, quien en una declaración irresponsable y que recuerda las épocas diazordazistas, dijo que había “grupos radicalizados” en los seguidores de López Obrador: ¡mentira del tamaño de la incapacidad política del foxismo! Una de las pocas decisiones acertadas de Vicente Fox (dar el grito en Dolores Hidalgo y no en el zócalo), fue opacada por la irresponsabilidad de la declaración de Rubén Aguilar.
La CND será un buen dique ante las irresponsabilidades del gobierno espurio de Felipe Calderón (si es que llega a tomar posesión); tendrá que formar un movimiento más amplio y de mayor envergadura, donde el pueblo, las bases, la gente pobre, la clase media y los micro y pequeño empresarios damnificados por las grandes empresas, se sumen con ahínco e intenten cambiar el país.
El miércoles pasado, cuando quien escribe estaba en una charla (invitado por el campamento de la delegación Venustiano Carranza) en el plantón en defensa del voto, una señora se levantó y preguntó: “¿qué nos corresponde hacer a nosotros, como ciudadanos sin partido, para cambiar el país?”. La respuesta estaba en el aire, en el ambiente, en las expresiones de todos los presentes: “hacer un parteaguas en la historia”. Y eso hay que entenderlo bien: la CND y lo que ella produzca, cambiará la historia del país porque jamás, en estas tierras, se había dado, de manera pacífica, un movimiento social de estas magnitudes, a pesar de la violencia verbal y física del gobierno federal y del partido en el poder. Por eso, sumarse a la Convención es, sin lugar a dudas, participar activamente en la historia de México.